Ya que el año terminó tan mal, hubiera preferido reanudar el blog con alguna buena noticia. Pero buscando estaba cuando me entero de que, una vez más, los libros han perdido una batalla. La Librería Hispano Americana de París, una verdadera institución en el Barrio Latino de la capital francesa, ha cerrado sus puertas. Y algo hemos perdido todos los amantes de los libros. La orilla izquierda del Sena que fue en tiempos un hervidero de intelectuales, que acogió otros puntos neurálgicos del pensamiento y de la vanguardia creadora (Shakespeare and Co, sin ir más lejos), que acogió los pasos de aquellas mujeres que se atrevieron (a romper las reglas literarias, a romper las reglas sociales, a ser ellas mismas como mujeres y escritoras y pienso en Djuna Barnes, y en Gertrude Stein y en Colette y en tantas otras), ha perdido un lugar emblemático (esta vez sí, esa palabra tan manida viene al caso). La literatura en español tenía ahí una pica en el Flandes de la Cultura con mayúsculas. Puede que ya no entrara tanta gente, que ya no se vendieran tantos libros, pero la puntilla le ha llegado, cómo no, por la vía de la especulación urbanística. El barrio se ha puesto imposible. Las firmas de lujo ganan la partida. Y no es la única librería que ha sucumbido. Su dueña se ha rendido y ha colocado un cartel en el que un irónico ?hasta luego? confirma el cierre. En el cartel también reuerda que es necesario entrar en las librerías. Sirva este comentario como un homenaje a los libreros de todo el mundo. Esos seres a los que empiezo a ver como a auténticos resistentes. sobre todo a sesos que mantienen las puertas abiertas sin sucumbir del todo a los mandatos de lo comercial. ¡Salud y larga vida para sus negocios!