Hoy tengo tanta competencia que no sé como me animé a escribir esta columna: De entrada, la Roja ha firmado su primera derrota en el Mundial de Fútbol, contra todo pronóstico, y desde entonces corren ‘ríos de tinta’ sobre el asunto, que diría un clásico. Puede que, además, a estas alturas haya dejado de llover y eso hará aún más caudaloso el río de la actualidad. Lo dicho, demasiada competencia.
Pero yo quería que miraran a otro lado. En concreto a una ciudad situada al norte de nuestras vidas. Ayer, cuando más de medio mundo miraba al Sur, a Sudáfrica, en la verde Irlanda toda una ciudad se prestaba a celebrar un libro y a su autor. Ayer fue el ‘Bloomsday’, el día en que dublineses, irlandeses y lectores de todo el mundo conmemoran la obra más famosa de la literatura inglesa, y para muchos, la mejor o una de las mejores. ¿No es exótico que un número nada despreciable de personas se muevan por una obra de arte que se abrió paso al futuro sin publicidad, sin que a su alrededor hubiera debates televisivos ni tertulias radiofónicas? ¿No es exótico el éxito de una convocatoria que, a pesar del tiempo que lleva celebrándose, conserva ese toque de frescura de lo que nace del verdadero entusiasmo y no prefabricado desde instancias oficiales? Pero hay algo todavía mucho más sorprendente en este fenómeno. Cada año al llegar el 16 de junio se constata la gran paradoja: una mayoría aplastante de los forofos y celebrantes no ha leído completa la novela. Muchos ni siquiera parcialmente. ¿No es extraordinario? ¿Qué hay detrás del texto de James Joyce para que por encima de su ilegibilidad concite a su alrededor tanto entusiasmo? Muchos políticos y desde luego todos los publicitarios deberían tomar nota.
El ‘Ulises’ del escritor irlandés más famoso de todos los tiempos y su protagonista, Leopold Bloom, han sido objeto de cientos de tesis doctorales, ensayos críticos, comentarios más o menos documentados, guías de lectura, seminarios académicos… ¿Quién no ha oído hablar de la novela?
No sé cómo se tomaría Joyce este triunfo de doble filo: que tu mayor éxito literario no lo haya leído casi nadie, pero que todo el mundo lo sienta como algo propio. Es como cuando hablamos de alguien a quien admiramos, una estrella de Holllywood o un premio Nobel –a los que nunca llegaremos a conocer– como si fueran de nuestra familia.
Como tantos otros genios –es fácil acordarse de Cervantes– Joyce tuvo muchas dificultades en vida y las económicas no fueron las menores. Probablemente no estaríamos hablando de esta fiesta si una mujer, Sylvia Beach, no hubiera visto en la ‘odisea’ de Bloom lo que sólo ella parecía ver . La fundadora de la famosa librería Shakespeare and Co. fue la primera editora del libro.
Pero ¿qué es lo que hace que a su alrededor haya tanta unanimidad? De alguna manera, de esa manera especial en que lo hace toda auténtica obra de creación, la novela nos dice que tiene algo, mucho, que ver con nosotros. Aunque su protagonista nos parezca ajeno y aún más su idiosincrasia irlandesa, aunque no reconozcamos las costumbres, habla de nosotros, de los hombres.
(Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla del 17 de junio del 2010, en la columna de opinión ‘Días nublados’)
(En la fotografía de AFP, James Joyce junto Sylvia Beach en la puerta de Shakespeare and Co.)