Puede que las nuevas tecnologías estén haciendo algo positivo por mantenernos comunicados unos con otros en ‘tiempo real’. Puede que se estén dando avances increíbles en eso que pomposamente llamamos la ‘sociedad de la información’ (sobre la que me muestro escéptica aun a riesgo de que me consideren antigua porque más que verdadera información contemplo toneladas de ruido). Pero lo que está claro es que está machacando la educación. Eso que antiguamente se llamaban las normas de urbanidad. No, no. Ya sé que no son las culpables, que la falta de respeto hacia el prójimo es un tema anterior pero lo cierto es que no ayudan a que la cosa mejore.
Contaban las crónicas de ese día que durante el acto de entrega del último premio Cervantes a José Emilio Pacheco, el pasado 23 de abril, la presidenta de la Comunidad de Madrid se entretenía enviando mensajes desde su móvil (que seguro que no era un móvil sino un cacharro de nombre más complicado y ultimísima generación). Cuando lo leí no sabía si dar crédito al cronista que, por otra parte, merece mis respetos y tiene una trayectoria de lo más normal, pues por muy aburrido que le pareciera el discurso o por muy urgentes que fueran sus ocupaciones no parece de recibo que la más alta representante de la Comunidad de Madrid, en la presidencia del acto junto a los Reyes, tuviera tal descortesía para todo el mundo.
Pero pocos días después asistí a un almuerzo periodístico de esos en los que un invitado habla para un pequeño grupo de comensales sobre el tema en el que es experto. Los integrantes de la mesa preguntan con calma y se establece un diálogo que suele ser interesante y enriquecedor para todos. Pues bien, para mi sorpresa, una de las comensales, a la que veía enormemente cabizbaja pasó el tiempo de la reunión enviando mensajes con su móvil con tal agilidad en sus dedos que podría haber participado en un concurso sobre ‘destrezas táctiles frente a mini teclado’. Yo no daba crédito, pues la mesa era lo suficientemente pequeña como para que al protagonista del encuentro no se le escapara lo poco que le estaban interesando sus palabras y, teniendo en cuenta que él era el invitado de todos, ¿qué pensaría?
No se crean, no puedo tirar la primera piedra. Quiero decir que a veces contesto llamadas probablemente cuando podría esperar, pero diré en mi descargo que nunca he llegado tan lejos y que si me veo obligada a interrumpir un acto aunque sea poco formal suelo pedir disculpas. Sin embargo, he observado que estas personas acostumbradas a estos comportamientos de malísima educación creen por el contrario dar una imagen de personas muy ocupadas y con agendas llenas de importantísimas ocupaciones. Se creen ideales pero para la gente sensata la imagen que ofrecen es penosa.
Por mi parte no me acostumbro a tener que interrumpir varias veces las conversaciones por culpa de los móviles. De hecho, hay personas con las que he renunciado a tomar café, pues sé que será una misión imposible. ¿De verdad salimos ganando o nos estamos convirtiendo en seres desconsiderados y grotescos?
(Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla en la sección de opinión Días nublados del 1 de julio de 2010)