Enfrascada en la biografía de Hanna Arendt. Cuesta trabajo salir de casa. Pero el motivo es un libro. El último del poeta Fernando Menéndez.. (“En la oquedad de tu nombre”). Y la cita en la librería Rayuela. Uno de esos actos sin grandes (ni pequeñas) campañas publicitarias detrás, es decir, sin ruido ni barullo mediático. En este caso, el resultado de la complicidad entre un editor, César Sanz, y un escritor con ganas de compartir su palabra. El resto, según el primero, una reunión de amigos. Pero seguramente mucho más. Voy como lectora, pero no puedo evitar mirarlo con la distancia que aplicamos –o debemos aplicar los periodistas—en acto de servicio. Y no puedo dejar de pensar: “¡qué bien que queden actos así, donde el sentido no lo ponen, como tantas veces, el número de cámaras que se apilan a pocos centímetros de la nariz del protagonista y en los que demasiadas veces importa poco lo que diga!”. Porque el interés se ha prefijado de antemano según las demandas de la audiencia. Y es que, desde que los lectores se han convertido en audiencia todo está desdibujado, como cubierto por las nieblas del invierno. Y es difícil saber qué piensa un ente tan poco concreto como ese. Yo todavía no lo sé, por muchos estudios científicos que se hagan al respecto. Bueno, que fue estupendo escuchar a Fernando y a Gabriel Candau que hizo las presentaciones. Y es bueno que se mantengan estos actos que deberían ser declarados en peligro de extinción para mantenernos alerta. No vaya a ser que cualquier día nos acostemos como lectores y nos levantemos convertidos en mera audiencia.