Lo primero que habría que decir es que si el Festival mantiene el buen nivel con el que ha comenzado su Sección Oficial, podremos darnos por satisfechos. Tras el arranque magnífico de ‘También la lluvia’ llegaron tres propuestas distintas y distantes que sin embargo anuncian (ojalá) un nivel más que aceptable.
Comencemos por Kiarostami. Su película ‘Copia conforme’ venía avalada por las buenas críticas que cosechó en Cannes y por el premio a la interpretación de su protagonista femenina Juliette Binoche. Por una vez, el director iraní (Teherán, 1940) deja su tierra, el sabor de las cerezas y la sombra de los olivos para situar su historia en la Toscana. Y al hacerlo parece queremos decir: ‘puede que yo haya influido en una buena parte del cine de autor que se hace en Europa, pero también conozco la tradición europea, la historia del cine en el Viejo Continente y puedo impregnar mi cine de ese aroma’.
Y al mejor cine francés e italiano recuerda esta cinta que trata el viejo tema de las relaciones de pareja, asentado en el asunto de si vale más una buena copia que un mal original, pero sobre todo en la resbaladiza cuestión de si las cosas cambian realmente cuando cambia la percepción que tenemos de ellas.
El director de ‘El viento nos llevará’ se reinventa a sí mismo y juega a hacer una pieza teatral dentro del cine, una película discursiva en la que los diálogos son su bien armado esqueleto dichos alternativamente en inglés, francés e incluso italiano. Lo que parece que será el inicio de una relación entre una galerista francesa y un escritor inglés en un pueblecito de la Toscana al que éste acude para dar una conferencia se convierte en otra cosa cuando un personaje circunstancial interpreta desde fuera que esa pareja son matrimonio. Empieza así un juego visual exquisito, manejado con maestría por sus dos protagonistas y llevado con la suave mano de hierro de Kiarostami.
Este despliega, por supuesto, las constantes de su cine: el punto de vista y las relaciones siempre frágiles entre la realidad y la ficción. Y el espectador asiste a una historia que apela a su inteligencia sin abrasarle, mientras se hace consciente, a medida que avanza el filme, de que una sola frase que pierda y un matiz importante se le escapará inexorablemente. Nada sobra en la película que, como las buenas obras de arte dejan con ganas de más. De más historia, y de más oportunidades de verla. ¡Qué bien comprobar que el ‘espigado’ director iraní sigue en forma y qué lástima que haya sido imposible contar con su presencia! Habría estado bien oírle hablar sobre este relativo giro que ha dado a su filmografía.
Continuó la Sección Oficial de ayer con un director español, Agustí Vila (Barcelona, 1961), que arriesga. ¡Qué buena noticia! ‘La mosquitera’ es eso: una arriesgada propuesta. Vila debutó en 1999 con ‘Un banco en el parque’, película que produjo Fernando Colomo y que ya mostró sus buenas cualidades, ahora vuelve al largometraje llevando a la pantalla uno de esos guiones que pueden estallar en las manos si no se manejan con extrema precaución. Todo, desde el planteamiento secuencial a las interpretaciones pueden derivar en un esperpento si no se fijan con cuidado los límites, una cuestión en la que estuvieron de acuerdo tanto los actores principales (estupendos Emma Suárez, Eduard Fernandez, como siempre, y Anna Ycobalzeta) como el propio director cuando se les preguntó en la rueda de prensa posterior al pase matinal. ‘La mosquitera’ es una historia de una familia compuesta por personajes desquiciados, gente que aun pareciendo tener principios sólidos, no son más que un grupo de desnortados que manotean entre las buenas intenciones y el desenfoque de la realidad. Una madre incapaz de negar nada a su hijo e incapaz de afrontar sus propios miedos; un padre imposibilitado para pedir la compañía y el amor que le faltan por parte de su familia, un hijo hipersensible que está creciendo completamente aislado a pesar de la aparente complicidad materna y que necesita que alguien le enseñe algo de disciplina y una cuñada que, bajo la apariencia de una madre abnegada, esconde una maltratadora. Por no hablar de los padres de él, la madre (estupenda Geraldine Chaplin, aunque no diga una sola palabra) en proceso de demencia y el padre, el típico cuidador en vías de enloquecer. Con este explosivo cóctel Agustí Vila maneja una comedia que roza todo el tiempo la tragedia, porque ya se sabe que lo sublime y lo terrible suelen estar cerca. Y aunque yo me acordaba de Valle Inclán, el director reconocía influencias de Buñuel, sobre todo en su fructífera etapa mexicana.
El resultado final tiene altibajos. Hacia la mitad presenta un punto de estancamiento, parece que definitivamente la historia va a naufragar en sus propias trampas, e l exceso asoma la cara y enciende las alarmas, pero luego el filme se recupera, el encefalograma vuelve a oscilar y la escena de la comida final deja un buen sabor de boca. Aplausos no muy calurosos y mucho más tímidos pateos y confirmación de que estamos ante un director al que merece la pena seguir la pista porque ideas no le faltan ni recursos para llevarlas a cabo.
Y una enésima mirada a las relaciones familiares la que nos propuso la danesa Pernille Fischer Christensen (1969) en su tercera película. Christensen debutó en este negocio por la puerta grande al conseguir con su primer largometraje (‘A soap’) el Oso de Plata en Berlín, el premio del Jurado y el de Mejor Opera Prima. Decir que el cine que viene del Norte tiene que ser una mirada fría sobre las cosas es un tópico, pero es de esos tópicos que, cuando se confirman, congelan. Cuando se trata un tema tan delicado como las relaciones de amor odio que se pueden establecer entre los miembros de una familia al menos un poco de calor se hace necesario. La directora plantea la historia de un padre enfermo de cáncer y una hija que duda entre aceptar un excelente trabajo en Nueva York o seguir adelante con un inesperado embarazo de una forma tan ‘objetiva’ que acaba siendo agotadora para un espectador al que siempre deja fuera. Aquí la cuarta pared es una barricada de acero tras de la cual sucede un muy correcto ejercicio de dirección y montaje y un mejor ejercicio de interpretación por parte de Jesper Christensen, el padre enfermo a cuya interminable agonía asistimos sin anestesia. impresionante su interpretación.
Pero las buenas expectativas que la película ofrece en sus comienzos acaban siendo una prueba desesperante, porque el cine es algo más que demostrar que se sabe dirigir e interpretar. Las historias deben tener también una ventana por la que permitan entrar al espectador. Al menos así lo veo yo.
(Fotogramas de ‘Copia conforme’, ‘La mosquitera’ y ‘Una familia’)