Yo no soy un soñador. Soy un buscador de sueños». Así se definía Carlos Edmundo de Ory en uno de sus ‘aerolitos’ como él llamaba a esas ráfagas de pensamiento que como un verso único o un aforismo fueron salpicando su creación poética.
Jaume Pont, al que se debe su antología última ‘Música de lobo’ afirma de su obra: «En nombre de la palabra poética, la escritura se reclama como el impulso pánico o la energía en la que se arman los sueños». Se me ocurre que se podría construir un retrato del poeta y rastrear sus opiniones, siguiendo algunos de sus aerolitos. Por ejemplo: «He visto en mi cenicero, en una colilla a medio apagar, a los muertos de la Guerra Mundial, todavía calientes». O «Al norte Walt Whitman –al sur César Vallejo». Entre el pensamiento profundo, la imagen poética («la palabra ‘poeta’ es una falta de ortografía de Dios») o el juego de palabras («Descarta a Descartes») muestran en sí mismos su personalidad y las características de su obra: abierta, múltiple, inquieta e intensa. «La página en blanco es un campo de nieve: haz aparecer en ella tus figuras» y eso fue haciendo a lo largo de la vida desde múltiples perspectivas. Buceó en el taoísmo, el postismo (ese surrealismo póstumo) fue el ismo que le etiqueta en las enciclopedias, se relacionó con el romanticismo pero también con el expresionismo (ambos con una expresión tan nítida entre los autores alemanes del XIX y del XX respectivamente).
De los que conozco, el aerolito que prefiero dice: «los pájaros son pensamientos perfectos». Aunque ayer me resonaba éste: «¡si viniera la muerte como una bicicleta sola!». …Y llegó.

(Artículo publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla con motivo del fallecimiento de Carlos Edmundo de Ory)