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Palabras enredadas

De un tiempo a esta parte se me acumulan palabras que sé que no llegarán a su destino. ¿Adónde van las palabras que no podemos o decidimos no decir? Las palabras que no llegan a nacer se enredan en mis pasos y alborotan mi agenda y mi horario. Cuando me piden una oportunidad alteran mi concentración. Las palabras que nosotros mismos censuramos o reprimimos son rebeldes por naturaleza y piden su sitio. Se quedan agazapadas esperando pillarnos en un momento de despiste o debilidad para coger aire, para llegar a ser. Son astutas e indomables, no se dejan encerrar en una botella… Ni lanzándolas al mar nos libraríamos de la desazón de saber que el mensaje no llegará a su destino.
No hace falta ser escritor o periodista (dos oficios que tienen su razón de ser en que los mensajes y las palabras lleguen a término) para sentir el sabor amargo de lo no dicho cuando además la intuición nos dice que lo mejor sería darlo rienda suelta. Pero reconozco que al menos tenemos una ventaja. ¡Cuántas historias no estarán hechas con las palabras que en su día se quedaron en la boca del estómago! Así que llenaré el cajón de los mensajes no nacidos esperando el momento en que pueda mirarlos como si ya no me pertenecieran del todo. Ese momento feliz en el que sabemos que lo que fue historia se convertirá en una historia.


¿Cuándo las palabras que se dijeron y olvidaron pueden volver a brillar con nueva intensidad? Me lo preguntaba el otro día cuando gracias a su editor cayó en mis manos un curioso texto titulado ‘El fin de los libros’. Cualquiera que lea este título pensará que se trata de uno de esos ensayos en que un sociólogo experto en analizar tendencias casi antes de que sean realidad –y de vaticinar el futuro con tal aplomo que casi avergüenza no seguir sus dictados– nos convence de por dónde irán las cosas: desaparecerán los cines, los libros ya no tendrán razón de ser, viajaremos a Marte virtualmente… Pero no. ‘El fin de los libros’ es un opúsculo, un divertimento, de apenas 50 páginas, ¡escrito en el siglo XIX! Su autor, Octave Uzanne, fue bibliófilo y periodista, escribió cuentos y relatos fantásticos y fundó la Sociedad de Bibliófilos Independientes. En una de esas tertulias decimonónicas vaticinó la desaparición del libro tal y como hoy lo entendemos. Consideraba que era un artefacto demasiado complicado para el perezoso ser humano (¡no sabía este hombre hasta dónde podía llegar lo de la pereza, sobre todo mental!) y que el tener que pasar las páginas era, de todas todas, un atraso, un ejercicio cansino al que había que poner fin. Y apostaba por un artefacto, algo parecido a lo que hoy llamaríamos un ‘audiolibro’.
La obrita (editada por Gadir en su colección Pequeña Biblioteca) les hará pasar un buen rato, y además es breve, como conviene a los vaticinios del autor. Les hará reflexionar sobre lo poco que en realidad cambiamos los seres humanos por mucho que nos rodee la chatarra tecnológica y les distraerá del esfuerzo por controlar las rebeldes palabras que pugnan por ser dichas.

(Publicado en la edición impresa de El Norte, en la columna de opinión Días nublados, del jueves 17 de febrero del 2011)

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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