Nos esperan tiempos muy complicados. Solo de pensarlo, me entran escalofríos. Como aperitivo de lo que se nos avecina no hay más que estar atentos a los informativos de fin de semana. El espectáculo ha comenzado: candidatos, posibles candidatos, autoproclamados candidatos salen a la palestra a repetir sin rubor y con el mismo énfasis que si estuvieran dando una gran noticia lo mismo que han venido diciendo en los últimos cuatro años. Sin moverse del sitio, como si nada hubiera pasado en este tiempo. Los políticos mejor situados y más representativos de los principales partidos políticos se han echado a la carretera, aunque dé la sensación de que nunca se apartaron de ella. La agenda del fin de semana está llena de puntos rojos: señalan los lugares de encuentro de los líderes y lideresas con sus partidarios. Porque en eso consisten las campañas electorales: en hablar con ardor mitinero y nula autocrítica a un grupo de convencidos (los más guapos aparecerán detrás del líder, rodeándole, en perfecto muestrario de edades, razas, sexos…), poniendo a parir al adversario para conseguir unos segundos, quién sabe si algún minuto, en el telediario con una frase brillante, que suele ser del estilo «¡y tú más!».
¿Todavía hay quien aguante esto? Debe de ser que sí, porque nada cambia de una campaña a otra. La parte de mí que no se rinde todavía presta atención, en lucha con la otra parte, la que me aconseja cambiar de canal hacia el concurso ‘Saber y ganar’ o hacia el más burdo programa de cotilleo. Incluso, en el colmo del radicalismo, me empuja a coger un libro. Pero gana la primera.
Así que aquí estoy escuchando perpleja. ¿Pero estos señores y señoras que hablan no están en el Congreso, no gobiernan el país, no pertenecen al principal partido de la oposición? ¿Su partido no gobierna en comunidades autónomas donde practican lo contrario de lo que predican para llegar al poder? ¿Pero estos pretenden hacernos creer que acaban de aterrizar? ¿Han vivido todo este tiempo en una burbuja? ¿Han metido en la burbuja a sus técnicos y asesores que en vez de asesorarlos se dedican a jalearlos cual palmeros con contrato temporal? ¿Se han planteado lo revolucionario (y quién sabe si rentable) que sería no insultar la inteligencia del electorado? Imagínense a algún político reconociendo sus errores y esbozando un plan para enmendarlos, o reconociendo la razón del adversario, o dirigiéndose a la audiencia como si esta no fuera tonta, amnésica y jamás, jamás leyera los periódicos.
La parte de mí que se rindió sonríe cínicamente mientras esgrime un voto en blanco. Pero la que no se rinde ha tomado una decisión. Verá los informativos con el volumen apagado. Se fijará en el lenguaje gestual de los candidatos. En sus idas y venidas por el escenario, en sus entradas triunfales repartiendo besos y apretones de manos. En la tensión de sus sonrisas… Y ¡dará su voto al candidato/a que resista la tentación de coger en brazos a un pobre niño que no tiene la culpa de nada y que ha sido llevado allí sin su consentimiento! ¡Mi voto por un gramo de sensatez!
(Publicado en la columna de opinión ‘Días nublados’ de la edición impresa de El Norte de Castilla el jueves 24 de febrero del 2011)