Confieso mi ignorancia. Soy de las que no sabían nada de Aliocha Coll hasta que Carmen Balcells decidió ‘resucitarlo’ cuando dejó su legado en una de las cajas fuertes del Instituto Cervantes. Aliocha Coll, ¿quién? (pensé)… Podría decir: ¡Ah! sí, me suena aunque nunca leí nada suyo. Pero sería mentira, ni siquiera un nombre tan curioso era para mí un eco, un rastro en la neblina de nombres perdidos… Nada.
Tratándose de un escritor me picó el amor propio y me puse a investigar. Las agencias decían que Balcells había dicho que fue un muchacho genial, un superdotado con una vocación extraordinaria, que eligió un camino difícil: el de la renovación de la palabra «con novelas excesivamente vanguardistas para el ciudadano corriente, que supusieron una ruptura del lenguaje». Mi interés iba creciendo. Puso fin a su vida a los 42 años, en París.
Me atraen los raros y los malditos. No lo puedo evitar. Así que seguí buscando. Solo había publicado una novela en vida, ‘Vitam venturi saeculi’ y una traducción. Póstumamente debió de salir algún texto más, con poca difusión y eso. Las reseñas insisten en que aquella novela la publicó la Alfaguara de Jaime Salinas (me hace gracia, me gusta ese apellido, ‘de Jaime Salinas’)…
Hasta que me topé con la semblanza que le hizo Javier Marías tras su muerte y ahí me captó del todo. Recordaba Marías cuándo le conoció a finales de la década de los setenta. Había leído un texto suyo como asesor de la editorial citada. Un texto que, como al parecer era la marca de la casa, rozaba la ininteligibilidad. Según su perfil, ‘vanguardista’ era un adjetivo que se quedaba escaso; joyceano, un apodo cicatero para quien ostentaba «un talento verbal y un sentido del ritmo de primer orden». Así que Marías hizo por conocerlo. Cuenta el autor de ‘Corazón tan blanco’ que, con esos antecedentes, esperaba encontrarse con un «individuo de aspecto montaraz o iconoclasta» pero encontró a un tipo trajeado, extremadamente educado, muy culto, que sabía de arte y filosofía y que en el avión había ido leyendo a Ovidio en latín. Explicaba la radicalidad de su propuesta literaria con una sencilla frase: «en la literatura todavía no ha llegado Mondrian».
¿Por qué traigo hasta aquí a este sujeto del que he quedado prendada y de paso les invito a que lean el perfil completo de Marías?
Pues mi sencillo, porque Aliocha Coll ha llegado a mi vida en un momento en que estoy hasta… de vanguardistas de pacotilla, de tanto descubridor de mediterráneos, de tanto falso profeta de las nuevas tecnologías que aún no se ha enterado de que éstas son un medio y no un fin para multiplicar por el ciberespacio sus naderías infladas. Porque soy de las que piensan que olvidarnos de los clásicos, y de los que nos precedieron en la vanguardia, además de una soberana estupidez, conlleva que cualquier intento de trascenderlos por la vía rupturista equivale a construir sobre humo, obras insulsas que no aguantarán el paso del tiempo. Y, sobre todo, porque me molesta como si fuera un eczema de contacto tanta ignorancia que no solo no causa rubor sino que es motivo de alarde. Ojalá alguien recupere sus obras y deje que nos ilumine.
(Publicado en la sección de opinión ‘Días nublados’ de la edición impresa de El Norte de Castilla el jueves 31 de marzo del 2011)