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La voz, la palabra, el sentido

Decía Martirio que la música es el lugar donde ella es más feliz. Y les aseguro que yo fui muy feliz el lunes en Tiedra rodeada de todos esos cantantes, cantautores, enormes músicos que han participado en el simposio sobre Patrimonio Inmaterial que, un año más, consiguió sacar adelante Joaquín Díaz. Un asunto raro: sin campañas de marketing, sin focos, sin políticos buscando la foto fácil (tan solo la presencia discreta, como una congresista más, de la directora general de Patrimonio, Luisa Herrero. Qué bueno y qué escaso cuando un cargo público no quiere protagonizar lo que no le corresponde). Algunos mitos (perdón por la palabra gastada) de la canción de autor, de la música de raíz, los que recuperaron la tradición de su tierra y la llevaron al futuro o los que hicieron popular, en el mejor sentido de la palabra, la intensidad de la poesía desde los clásicos a los contemporáneos manifestaron su verdad con la intimidad de estar ante un público verdaderamente interesado.


No solo estaban María del Mar Bonet, Marina Rossell, Paco Ibáñez, Pablo Guerrero, Amancio Prada… También Atahualpa Yupanqui, Neruda, Jorge Manrique. La voz pegada al sentido de la poesía, la voz pegada a esas canciones campesinas que conocieron otra vida más allá de los establos y los campos de labor, que llegaron a las salas de conciertos (como llegaron desde los conventos las oraciones hechas melodía, como llegó la poesía cargada de futuro saltando desde las páginas de los libros olvidados) aupadas por el respeto de quienes supieron ver en ellas un patrimonio que no había que dilapidar. Hay vida más allá de la globalización aunque sea en reductos pequeños.
El simposio reunió a una generación, o dos, de cantantes que vivieron la intensidad de una época en la que su trabajo, además de ser un vehículo cultural de primer orden, era –tenía que ser– expresión reivindicativa de la libertad y la palabra. Y ahora ven cómo, una vez conseguidas ambas, al menos sobre el papel, la banalidad y la homogeneización mediocre relega a un lado el mensaje de sus voces. Lo que significan sus voces mismas.
Pero no hay queja. Cada vez que su palabra, para narrar o cantar, se deja oír, de nuevo resuena la intensidad de lo verdadero. Como cada vez que hablan de su trabajo se ven los distintos caminos investigados, el esfuerzo en pos de lo bien hecho, el trabajo en soledad, sí, pero como decía Joaquín Díaz, solidario.
Se acabó el simposio y no hay cifras de participación ni ruido mediático. ¿Cómo –se preguntarán muchos– medir entonces la ‘rentabilidad del evento’? Siento desilusionarlos si no la han visto ya con lo dicho hasta ahora. Por otra parte, no se ha inventado todavía un medidor objetivo de la intensidad o de la emoción. No hay un termómetro que mida el sentido de las cosas. Pero, por si les vale el dato, les diré que cada vez que terminaba una de las conversaciones que fueron jalonando el encuentro, y se intercalaban canciones que van pegadas a la biografía de casi todos, los ojos brillaban más de lo normal y la visión se ponía borrosa de agua. Gracias Joaquín.

(Publicado en la columna de opinión ‘Días nublados’ el 14 de abril del 2011)

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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