UN GRAN CARDENAL PICCOLI
Si un actor puede sostener por sí solo el edificio de una película ese actor es Michel Piccoli y esa película es ‘Habemus Papam’. El último filme de Nanni Moretti abrió ayer la Sección Oficial de la 56 Semana Internacional de Cine de Valladolid con un público predispuesto a favor y aplausos no muy generalizados al final de la proyección destinada a la crítica.
Se decía ayer en los corrillos del Festival que a Piccoli ‘le habían robado’ el premio al mejor actor en el pasado Festival de Cannes. Y a falta de pruebas y de datos para compararlo solo se puede decir que, efectivamente, la suya es una brillante interpretación merecedora de premio. Con 85 años a sus espaldas y una carrera en laque figura el galardón de Cannes (lo consiguió en 1980 por ‘Un salto en el vacío’, de Marco Bellochio) y El Oso de Plata del Festival de Berlín (obtenido en 1982 por ‘Une étrange affaire’, de Pierre Danier-Deferre) y ganas para seguir en activo (ha rodado dos películas después de esta) el actor francés hace un magnífico cardenal aterrorizado ante la idea de convertirse en el sucesor de Juan Pablo II.
Muchas de las críticas que había leído y oído sobre este filme coincidían en señalar el excelente arranque del filme y su posterior y progresivo apagamiento. Y no estoy del todo de acuerdo. Porque, exceptuando el efecto sorpresa inicial (un cardenal aterrorizado que abandona el Vaticano inmediatamente después de ser el protagonista de la fumata blanca) lo cierto es que las razones del cardenal Melville son lo más interesante de la película. Y estas se van clarificando a medida que avanza y el personaje crece y el espectador puede empatizar con sus motivos: la soledad de un hombre de la Iglesia que de joven quiso ser actor (¿un guiño a Juan Pablo II?) y que tiene que llegarle un momento crucial para darse cuenta de lo cansado que está de fingir y lo desorientadas que andan sus antiguas convicciones.
Piccoli los ha entendido a la perfección. Este grande de la cinematografía europea, que ha trabajado a las órdenes de otros grandes como Godard, Buñuel, Manoel de Oliveira, Costa Gavras o Agnes Varda engrandece con su presencia (aguanta magníficos primeros planos y da gusto oír su italiano) una película que sin él no sería ni mucho menos la misma.
Porque hay algo que no acaba de funcionar en esta sátira en la que si hacemos caso a su director no intenta hacer polémica sobre la situación actual de la Iglesia.
A la película le ocurre lo contrario que al personaje: no se le acaban de conocer los motivos. Y le pierden los excesos: presentar al cónclave cardenalicio como un conjunto de ancianos bobalicones completamente alejados del mundo real puede tener gracia pero hay que sujetar el asunto para que no se desborde. Como ocurre por ejemplo con la secuencia del voleibol.
La película, con todo, tiene bastantes aciertos. Más que de la Iglesia habría que decir que habla de todas esas instituciones en las que sus integrantes tienen que hacer teatro: léase la política, sin ir más lejos. Y el teatro está muy presente en este filme, como lo está el psicoanálisis (Moretti se reserva el papel de psicoanalista atrapado por el protocolo cardenalicio). Cuando Piccoli, vestido de paisano, consigue salir del Vaticano y ponerse delante de una psicoanalista que no conoce su identidad, a la pregunta de ‘a qué se dedica?’ contesta: ‘soy actor’.
Representar un papel en el que no se está cómodo del todo es un ejercicio agotador, y el cardenal Melville es un hombre agotado. Echar tierra encima de los conflictos vitales puede funcionar un tiempo pero cuando explotan no se sabe qué crisis pueden desencadenar. Nanni Moretti parece reírse del psicoanálisis pero en el fondo le hace un homenaje: tras un comienzo no muy exitoso, el cardenal se da cuenta de que necesita a su psicoanalista.
El Moretti de ‘Caro diario’ y ‘La habitación del hijo’ que se fue de vacío en el Festival de Cannes prueba suerte en la Seminci. Fue un arranque más que digno para la Sección Oficial a la que le esperan 18 títulos por delante.