CUENTO DE HADAS CON FINAL FELIZ
Con las dosis justas de emoción, un cierto suspense y un final liberador. Con esos ingredientes elaboran los hermanos Jean Pierre y Jean Luc Dardenne su último filme, ‘El niño de la bicicleta’, Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes y un cambio de tono en la cinematografía de los cineastas belgas. Una filmografía, dicho sea de paso, celebrada con decenas de premios entre los que se cuenta la Espiga de Oro en la 41 Seminci (‘La promesa’) y dos veces la Palma de Oro en el certamen francés (Rosetta’ y ‘El niño’)…
Todo cinéfilo que se precie sabe lo que es sufrir con este dúo de cineastas al que gusta poner la cámara ante niños o preadolescentes en situaciones sociales difíciles y hacerlo con crudeza, sin ahorrar al espectador las asperezas de un mundo a menudo injusto con los más débiles. Eso hacen aquí también, pero sorprendentemente desde un punto de vista narrativo totalmente distinto. Como ellos mismos han dicho, con ‘El niño de la bicicleta’ han intentado hacer un cuento de hadas moderno.
Cyril tiene 12 años y un padre que le abandonó ‘temporalmente’ en un hogar infantil. En la casa del padre quedó su bien más preciado: una bicicleta que le sirve de excusa para tratar de recuperar a su progenitor. Pero éste está rehaciendo su vida y en sus planes no cuenta volver a convivir con su hijo. El niño (Jerémie Renier) que no sonríe en un solo plano del filme y que siempre lleva una camiseta roja (que ha sido comparada con el color de la caperucita del cuento) encuentra sin embargo un hada madrina, que cree en él y que empezará siendo una madre de acogida los fines de semana y terminará siendo su madre adoptiva.
Como en todos los cuentos hay también un bosque donde acecha un lobo (el jefe de los pandilleros) y Cyril se verá coqueteando con la delincuencia y haciendo equilibrios en la frágil frontera que separa una vida razonable de una bajada por la pendiente del mal.
En la sala sonaron aplausos para los directores y para un joven actor que mantiene al espectador pendiente de sus movimientos y totalmente de su parte. Y que respira aliviado al final cuando el niño monta de nuevo en su bici y parece enderezar el rumbo de su vida. Solo un pero le pondría a este filme: si bien entendemos los motivos de Cyril, su necesidad de un padre y un hogar seguro, y somos partícipes de su suerte, no quedan claros los de su madre de acogida, Samantha, una peluquera que desde el primer día apuesta por el chico hasta el punto de renunciar a su relación de pareja cuando ésta le pide que elija entre uno u otro.
No deja de ser curioso que el filme de los Dardenne, habitualmente tan crudo, viniera a aliviar una mañana que empezó, sí, muy crudamente con ‘In Darkness’, de la directora polaca Agnieszka Holland que vuelve al tema del holocausto con un guión de David F. Shamoon basado en una historia real: la de Leopold Soha un ladrón que pasa de villano a héroe en los difíciles días del gueto de Lvov, un de los más terribles asedios sufridos por los judíos a manos de los nazis y sus aliados. Cuando Holland se planteó filmar esta película había llegado a la conclusión de que con el tema del holocausto se estaban haciendo obras cargadas de moralina y «sentimentalismo un tanto kitsch». Su intención de apartarse de ese camino explica la forma del filme.
Holland hace un ejercicio de estilo al filmar el 90% del metraje de la película en la oscuridad de las alcantarillas, con movimientos de cámara un tanto agobiantes y con pocas ocasiones para el respiro de la luz y del aire de la calle. Holland no hace concesiones al espectador, sino que le implica en la atmósfera opresiva, oscura, húmeda y al límite de lo que el ser humano puede resistir.
El realismo es su intención y lo consigue de tal manera que por momentos parece que el olor nauseabundo de las aguas negras va a llegar al patio de butacas. Ni siquiera en las escenas de amor hay respiro para quien es testigo de lo peor y lo mejor que atesora el ser humano. Porque más allá de las atrocidades sufridas por el pueblo judío, el tema de ‘In Darkness’ es ese: la facilidad con la que los humanos podemos pasar a uno y otro lado de la frontera entre el bien y el mal y el desconocimiento de aquello de lo que seríamos capaces, llegados a una situación límite. Soha pasará de tratar de aprovecharse de la necesidad de supervivencia de un grupo de judíos al borde de la extinción a convertirse en su salvador, para lo cual será capaz incluso de poner en peligro a su familia.
En su afán por contar esta historia sin concesiones, Holland se excede en el metraje. La historia bien podría contarse en un tiempo más razonable, lo que por otra parte no consigue lastrar una obra más que estimable de una directora al que se le nota su otra pasión: la dirección teatral.
La Sección oficial acogió también el último trabajo del realizador israelí, el primero que dirige en solitario para el cine tras varios trabajos para la televisión y un largo como codirector.
‘Restauración’ es un título metafórico en torno a la decadencia de una forma de vida y la necesidad de encontrar nuevas vías para la supervivencia.
Yakov Fidelman es un viejo restaurador cuyo negocio sobrevive a duras penas en el viejo barrio industrial de Tel Aviv. Cuando su socio muere, descubre su mala situación económica, lo que viene a poner más acidez en su vida solitaria de viudo que no se lleva bien con su único hijo que, a su vez, está a puntode convertirse en padre. La llegada de un joven que se presta a hacer de aprendiz en el negocio casi a cambio de nada servirá de revulsivo en la vida de Fidelman.
Historia varias veces contada que Madmony narra con solvencia, en una atmósfera neblinosa que acentúa la sensación de decadencia. El filme no deja más huella.