533 ABRAZOS Y DELICADEZA ORIENTAL
El canadiense Ken Scott, que se estrena en la Seminci de Valladolid con su segundo largometraje, fue guionista antes que director. Y un buen guionista a juzgar por cómo consigue desarrollar una excelente y original idea sin permitir que decaiga en los 108 minutos que dura su ‘Starbuck’.
David Wozniak (el actor Patrick Huard) hijo de un inmigrante polaco que regenta un negocio próspero de venta de carne, es uno de esos tipos que llegan a los 40 sin haber madurado, incapaces de comprometerse con una relación, con un trabajo, incapaces de tomar las decisiones adecuadas en su vida. Actitud que contrasta aún más por comparación con sus dos hermanos que se llevaron en el reparto toda la cuota de responsabilidad que correspondía a la familia.
Mientras trata de esquivar a unos matones a los que debe mucho dinero, David se entera al mismo tiempo de que su novia Valérie (una policía harta de las indecisiones de David) está embarazada, y de que es el padre de 533 jóvenes que nacieron de sus numerosas donaciones de esperma de dos décadas atrás cuando era una de sus vías para ganar dinero. De ellos, más de un centenar han emprendido una acción legal para conocer la identidad de su padre biológico. El director entra en clave de comedia en un tema que está siendo objeto de debate en Estados Unidos y Canadá: ¿debe haber límite al número de hijos que pueden nacer de un mismo donante?
Diálogos hilarantes con su abogado (un amigo de la juventud con cuatro hijos pequeños y que ni siquiera tiene licencia para ejercer), situaciones absurdas que parecen homenajear a Woody Allen y una acción que mantiene en alza el ritmo de la película llevan a esta hacia un final que se plantea como el único momento relajado del filme y el único en el que Scott se permite las dosis justas de azúcar.
Carcajadas, aplausos generalizados y de postre una sonrisa para levantar el ánimo que había enfriado hasta la congelación el finlandés Mika Kaurismäki con su particular visión de ‘Los Hermanos Karamazov’, aunque Dostoievsky quede sepultado en las dudas del director.
Kaurismäki (que en el 2008 presentó en esta misma sección ‘Los Reyes Magos) repite en ‘Hermanos’ su método preferido: rodaje sin guion, con todos sus esfuerzos centrados en unos actores que conocen el punto de partida pero no el punto de llegada y apenas gastos de ambientación. Uno de los actores, Timo Torikka, único miembro del equipo presente en Valladolid contaba cómo resolvieron el rodaje en cinco días.
Pero en esta ocasión, el método se resiente. Kaurismäki habla de ‘humor negro al estilo nórdico’ para referirse al ánimo del filme y definitivamente en ocasiones es una comedia negra. Lo malo es que durante toda la película domina la sensación de que el director no tiene muy claro si quiere contar la historia en clave de comedia o en clave de tragedia. Resultado: una tragicomedia heladora que difícilmente consigue enganchar al espectador. Este contempla el experimento, que bien podría ser teatral; aprueba la capacidad de Kaurismäki para dirigir actores y sale del cine sin que en ningún momento consiga emocionarse o ‘empatar’ con los problemas familiares de estos tres hermanos, que comparten padre pero no madre y que llevan una vida completamente alejada unos de otros. La secuencia final en la que estos personajes capaces incluso de matarse entre sí entierran con toda ternura un pajarito muerto y que parece ser una metáfora de cómo los humanos podemos sentir más piedad de un animal que de los seres más próximos, termina de enterrar el filme. A esas alturas al espectador le importa poco qué le pase a esta gente.
Pero antes de todo esto, la delicadeza había llegado al Festival de la mano del chino Zhang Yimou, un cineasta que ha llegado a un privilegiado momento en su carrera, ese al que aspira todo artista: hacer lo que considere oportuno sin pensar cómo va a ser juzgado y si está en consonancia o no con lo que el público y la crítica espera de él.
Yimou se decanta en esta ocasión por su lado más intimista, en la línea de ‘El regreso a casa’, para contar una historia de amor. Simple y llanamente una historia de amor, basada, como también la película citada, en una novela.
Estamos en la China de Mao, en plena Revolución Cultural, cuando cualquier desvío de la doctrina, bien propio o bien de un progenitor es ‘reconducido’ mediante un forzoso proceso de ‘reeducación’ en algún lugar remoto del país. Eso es lo que le toca a Jing, una joven universitaria cuyo padre está preso por no compartir las ideas del régimen. Jing quiere ser profesora y acatará con total obediencia la misión con tal de conseguir su objetivo. En su destino conoce a Sun, el joven y atractivo hijo de un oficial de alta graduación. Ambos se enamoran conscientes de las dificultades de que su relación tenga un final feliz.
Yimou, que elude los aspectos más políticos de la novela, para fijar su cámara en los protagonistas de la historia, envuelve al espectador durante dos horas en un universo a ratos amable y a ratos asfixiante, equilibra con maestría los planos abiertos y los cerrados; describe la naturaleza con la misma sensibilidad con la que se acerca al rostro de Jing ante el que es difícil quedar indiferente. La música acompaña este viaje de la mejor manera: sin interferir, subrayando lo justo. Cine con mayúsculas premiado con un lleno total en la sesión de ayer del Calderón.