A PROPÓSITO DE LA EXPOSICIÓN DE RÁBAGO EN LA MALETA DE VALLADOLID
Puede parecer anecdótico pero tras un rato de charla telefónica con este hombre que está de plena actualidad en Madrid y Valladolid, se llega a la conclusión de que es una de esas cuestiones de estilo importantes, el ropaje de su filosofía vital. Afirma Andrés Rábago (El Roto, OPS) que el tamaño ideal de un cuadro para él, el máximo que se permite, es el que mide 1,5 metros cuadrados. Es decir, ese que todavía se puede manejar en solitario en el estudio.
Y es que Andrés Rábago, Rábago a secas como firma cuando pinta, huye en sus cuadros de la grandiosidad, la retórica y el exceso de artificio que a su juicio invade el arte contemporáneo.
Una casualidad ha hecho que la exposición que ayer inauguró en la galería La Maleta de Valladolid coincida en el tiempo con la que dedica la Calcografía Nacional a su faceta de dibujante, pero no a la actual, la que nos inquieta cada día con el sobrenombre de El Roto, sino esa otra que bajo la firma de OPS dejó constancia de los tiempos oscuros del último franquismo y la primera Transición en publicaciones como ‘Triunfo’, ‘Hermano Lobo’ o ‘Madriz’. Sin palabras, hizo con estas viñetas una especie de psicoanálisis colectivo, como él mismo ha dicho, de una sociedad cansada de dictadura y necesitada «de una limpieza a fondo»..
Esa parte de ejercicio psicoanalítico emparienta este trabajo con su pintura silenciosa, intimista, pero con ese punto inquietante que hace que se quede en la cabeza del espectador como una pregunta o una llamada de atención. Llamadas a la reflexión en pequeño formato. Los cuadros escogidos para la exposición de Valladolid son pequeñas ventanas que invitan a mirar la realidad desde otro punto de vista. Y en las cuales es casi imposible no ver a ese dibujante acostumbrado a contar mucho en muy poco espacio. Como los heterónimos de Pessoa, El Roto, OPS y Rábago no es que convivan amigablemente, es que no podrían vivir el uno sin los otros.
«Son los tres pisos de un mismo edificio –contesta a la pregunta de si fue antes el pintor o el dibujante y cómo conviven– de los cuales la base sería OPS, ea parte más subconsciente, sobre la que se construye El Roto y finalmente Rábago es la que mira más hacia el cielo, la parte menos cotidiana. Peor no solo cohabitan, son inseparables y tienen que ver con mi estructura mental. Ninguno de ellos se entiende si no se ve la totalidad, la coherencia total del edificio».
Para este hombre nacido en Madrid en 1947, que habla con calma, con amabilidad, y que desvela inevitablemente aunque desde la humildad, que estamos ante un hombre culto, esas tres facetas o heterónimos son en realidad tres maneras de relacionarse con lo real, de situarse ante los distintos planos de lo que sucede.
Utiliza sus distintos lenguajes de forma natural. Cuando pinta no forcejea con el dibujante. Aunque tienen un punto en común: la voluntad de comunicarse.
«Todos intentan expresarse con claridad, no resultar retóricos, no trabajar con elementos de ‘artistificación’. Según lo veo yo, el arte hoy en día está muy ‘artistificado’, y con ello quiero decir que hay un exceso de retórica, cada época tuvo la suya, del ‘gotelé’ al refinamiento excesivo. En esos niveles de relacionarme con la realidad que componen mi edificio hay una huida de todo eso hacia la expresión austera de lo que quiero decir. Que haya un mensaje directo y lo más desnudo posible».
En sus cuadros sin embargo está su yo más íntimo y metafísico si es que se puede decir así. Y dado el tamaño de los que expone en La Maleta se aprecia al artista capaz de
decir mucho con pocos elementos.
«Supongo que funcionará de cara al espectador como las capas de una cebolla y todo de penderá de tu capacidad. Puedes quedarte en la imagen de la superficie o ir más allá. Creo que los cuadros contienen formas icónicas que intentan transmitir unos códigos de lenguaje que te llevan a zonas emocionales, que conectan con zonas espirituales. Son pequeñas ventanas donde puedes asomarte y ver cosas. Quizá tenga que ver con lo que cada cual tenga en su interior y si no hay nada siempre se puede quedar con la imagen, siempre a ser posible con unas dosis de belleza porque quizá el primer instrumento de comunicación, sea la belleza que a todo el mundo llega. También me gustaría que funcionaran como ventanas desde las que atisbar zonas de ti mismo que quizá desconocías».
Rábago es consciente de que esta pintura que llama con un poco de cuidado ‘metafísica’, aunque el adjetivo le cuadre plenamente, no es lo que se ve en las galerías ni en los museos de arte contemporáneo. «Nos hemos perdido tanto en la materia que se nos ha olvidado de qué estamos compuestos. Trato temas que se han olvidado y quizá para la gente más ignorante en cuanto a la plástica esta pintura puede parecer arcaica. Ahora nos hemos acostumbrado más al espectáculo, a lo que aturde. Mis cuadros juegan en contra de esa tendencia dominante». Y en este punto es en el que explica y aboga por unos cuadros de metro y medio, nada monumentales, aunque también es consciente de que la monumentalidad poco tiene que ver con el tamaño. «Hay cosas pequeñas verdaderamente monumentales y al contrario».
Su pincelada, oculta en la planicie de la superficie pictórica también tiene que ver con esa ausencia de retórica y con su voluntad clasicista. «Hay una forma y una retórica para cada época. El que ha visto mucha pintura sabe por la forma de la pincelada si está pintado en los setenta, o en los noventa… A mi me gustaría que no se pueda saber en qué momento pinté un determinado cuadro».
De hecho afirma que su pintura no ha cambiado demasiado desde que comenzó a practicarla ni e la temática ni en el lenguaje. «Salvo en que he aprendido. Los últimos son mejores».
En sus cuadros hay elementos que se repiten con una función simbólica, el fuego por ejemplo. También el agua. «Tanto uno como otro son símbolos clásicos. Forman parte de la iconografía clásica de nuestra cultura. Tenemos un tesoro iconográfico inmenso que estamos dejando de lado y sustituyéndolo por otros símbolos que podríamos llamar barbarismo porque no pertenecen a esa cultura. Y quizá tengamos que incorporarlos pero no a base de eliminar los nuestros. Estamos olvidando nuestros códigos y se haría necesaria una recuperación cultural».
Es consciente de que vivos una época oscura, «muy oscura», puntualiza, y eso de alguna manera se refleja en su obra. «Pero nuestra obligación es la de iluminarla. Yo sostengo que no es irremediable lo que nos está pasando, que nada de los que nos es dado desde fuera es inexorable. Tenemos la capacidad de iluminar nuestra vida y nuestro entorno para que el mundo sea más luminoso. Creo que es la obligación de los creadores. Es verdad que algunos tienen necesariamente que ser oscuros y es importante que lo sean. Señalar lo oscuro e tratar de iluminar esa oscuridad a la vez es la que considero modestamente mi tarea, como la de cualquier creador».
No tiene un santo patrón al que se encomiende cuando pinta, «el patrón de la pintura es la pintura misma», pero admira todo aquello que es el resultado de luchar por la belleza. «Cuando uno encuentra una buena obra lo sabe porque sufre un choque emocional que te eleva unos centímetros del suelo».
Todo dicho sin ápice de retórica, sin énfasis ni estridencias. Con calma. Con la misma calma que transmiten hasta sus obras más inquietantes. Porque la vida también es paradoja.
SILENCIO Y REVELADORA INQUIETUD
n uno de esos cuadros tan silenciosos como inquietantes que Rábago muestra en Valladolid un vigilante escudriña el horizonte desde una especie de torre militar. No hay nadie alrededor y se intuye que no hay nadie en kilómetros a la redonda. Rábago pensaba cuando lo pintó en ‘El desierto de los tártaros’ de Buzzati. La atmósfera,el color y la arquitectura recuerdan el halo metafísico de un Chirico.
Que un cuadro obligue a mirar parece un hecho obvio o la expresión de una ‘boutade’ y sin embargo estas pequeñas ‘ventanas’ dejan un cierto escozor en el alma porque antes nos han obligado a detener el paso y ¿mirarnos en el espejo? Uno de los más misteriosos de estos ‘Rescoldos’, como ha titulado la exposición, muestra un espejo y dentro una figura en medio de un camino solitario. Es la más ‘jungiana’ de estas obras, que contienen también homenajes explícitos al pintor de la Bauhaus Oskar Schlemmer y a David Hockney, con un punto de humor incluido, y otros menos explícitos, como el que se puede apreciar en algunas obras, a Magritte.
Pero Rábago es un pintor muy personal hasta en el uso de esos colores que parecen querer negar el color mismo, o esas pinceladas que parecen querer negar las pinceladas. Escueto, austero y esencial su pintura es lo que queda después de quitar lo que no es pintura.