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No hay reflejo

No voy a ocultar que mi corazón estaba el martes junto a los que mostraban su indignación en las proximidades del Congreso, allí donde la ley y, sobre todo, el cordón policial se lo permitía. Y estoy segura de que, como el mío, más corazones estaban allí en ‘espíritu’. ¿Tendría que añadir  que estaba junto a los que se concentraban pacíficamente?
Odio todo tipo de violencia. (Perdonen la obviedad). La que ejerció la policía contra los manifestantes, la de algunos manifestantes agrediendo a la policía (en inferioridad de condiciones, lo que no les disculpa), la que el machismo superviviente ejerce sobre las mujeres, la odiosa que se ejerce contra los niños, etc.  Pero no solo estoy contra la violencia que se ejerce a base de porras, pistolas, cuchillos, puños o cualquier objeto contundente. También la que a base de decretos o de su ausencia, o  a base de políticas erráticas o seguidistas, o a base de avaricias y errores  empuja a la miseria a cientos de personas. ¿O no es violento que en un mundo en el que sobran los recursos haya gente rebuscando en los contenedores de basura para encontrar algo que comer? ¿No es una víctima de la violencia esa mujer que decía en la manifestación ‘vengo de Bilbao para que los políticos vean mi sufrimiento’?
Yo siento lo mismo. Siento que no me representan esos políticos que prometen en campaña lo que saben de antemano que jamás podrán cumplir (aunque me cueste entender que a estas alturas gente tan conocida pueda engañar a alguien). Siento que no me representan los que excitan sentimientos nacionalistas excluyentes basándose en victimismos trasnochados, en una época en que la solidaridad y la unión es lo único que nos salvará. (Y adoro el derecho a ser diferente y defiendo que cada cual decida democráticamente con quién y cómo quiere vivir).  A mí tampoco me representan los que están aprovechando la crisis para desmontar la sanidad pública e igual para todos, beneficiando intereses privados, ni los que desmontan el sistema educativo, sentando las bases de la desigualdad futura. No. Claro que no me representan. Pero vuelvo a la carga. (Eso sí, sin porras, solo con las palabras, que ya lo dijo Miguel Hernández de forma clara y contundente: «tristes armas/ si no son las palabras»). De toda esa justa indignación, ¿qué quedará además de unos cuantos vídeos de los porrazos y unos cuantos titulares?
Contra ese teatro en el que hemos convertido la política, ese lugar exento de argumentos y plagado de eslóganes y escenas repetidas. Contra los agoreros que afirman que todos los políticos son corruptos y todos los sindicalistas unos sinvergüenzas y todos los periodistas unos mentirosos –frases que todos hemos dicho alguna vez con ligereza en un momento de enfado pero  que, si las pensáramos con detenimiento, las erradicaríamos de nuestras vidas y nos guardaríamos de los que lo piensan de verdad–… Contra todo eso solo tenemos un arma. Un arma pacífica si vale el oxímoron. Es nuestro voto. Pero cuando llega el momento de usarla no la veo reflejada en las urnas. Hace poco releía a Saramago el mismo argumento: si no nos representan ¿por qué no salen de las urnas millones de votos en blanco?¿No obligaría eso a un cambio, empezando por la misma ley electoral?

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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