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Ley de vida (dicen)

Publicado en El Norte de Castilla el 3 de mayo del 2007

Lo llaman ‘ley de vida’ pero solo es una de esas fórmulas acuñadas para que tratemos de aceptar lo que difícilmente podemos aceptar. Ley de vida, ley-de-vi-da… Te lo repites en voz alta masticando las sílabas por ver si encuentras el consuelo, la dosis de aceptación que teóricamente prescribe la fórmula, pero cuanto más lo repites, más te das cuenta de que son solo palabras desgastadas. O te lo parecen.
Precisamente ahora que la vida te estaba empezando a enseñar el valor de algunos tópicos. Ocurre que cuando ha pasado tiempo vital y compruebas que, a pesar de los cataclismos internos, los planetas siguen girando en sus órbitas como si nada, que las estaciones se suceden con pertinaz puntualidad, que todo sigue su curso con impertinente indiferencia, empiezas a pensar si no habrá alguna razón en esas frases hechas que llevas oyendo toda la vida y que se parecen a la letanía de los rosarios del colegio. Recuerdas lo mucho que te molestaban hace años cuando se las escuchabas a los mayores porque llevaban pegado el sabor de la derrota. O te lo parecía.
Tu parte rebelde no podía aceptar que ellos aceptaran. Como si nada. Ahora estabas empezando a aceptar tú también cosas como ‘no hay mal que por bien no venga’, ‘se cierra una puerta y se abre una ventana’, los de las lágrimas por el sol y las estrellas etc. etc. Ya…
Así que cuando te empezaron las dudas te apuntaste a un gimnasio donde enseñaban a apreciar lo cotidiano, y a responder a preguntas como ¿qué demonios será eso de ‘lo cotidiano’?
La primera lección trataba acerca de las cosas pequeñas que había que apreciar por encima de todo. Te aplicaste a ello aunque no dejaras de abrazarte secretamente a las grandes por si acaso. Pequeñas… Grandes… ¿Dónde está la frontera? ¿Cuándo las pequeñas empiezan a convertirse en grandes y fundamentales y viceversa?
A pesar de estas dudas empezaste a darte cuenta de que el olor del primer café matinal te ponía secretamente en la vida. Igual que caer en la cuenta de que los boletines informativos de la radio seguían llegando con puntualidad británica te proporcionaba cierta seguridad. (El orden es fundamental en estos casos). Aprendiste incluso a que la lluvia te pusiera de buen humor. Y te sorprendías gratamente de que las tiendas abrieran y la gente se afanara en el día a día comprando lo necesario para la vida. ¿Y qué es lo necesario para la vida?
La segunda lección era más complicada. Trataba de lo saludable que es no hacerse demasiadas preguntas.
Ahí estaba el quid de la cuestión, valga la redundancia. ¿Cómo dar marcha atrás a lo que había sido tu estado natural desde que viniste al mundo?
Y estabas en eso cuando él se fue. Estás convencida de que se ha ido a un sitio mejor que ese lugar oscuro, desconocido e inaccesible para ti al que se había retirado desde hacía tiempo. Y eso te consuela. Aunque le eches tanto de menos.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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