(A propósito de ‘Todos queremos lo mejor para ella’ de Mar Coll y de ‘The Canyons’ de Paul Schrader)

Acercar la cámara al rostro de una actriz e intentar reflejar su estado de ánimo en un momento crucial de su existencia es algo arriesgado, pero que hemos visto en muchas y buenas películas. Y en otras no tan buenas. Acercar la cámara al rostro de una actriz y tratar de que el espectador la vea por dentro, que vea lo que su entorno parece incapaz de descubrir, es una vuelta de tuerca, una apuesta difícil que Mar Coll ha asumido con valor y mano firme, la misma con la que sorprendió a cinéfilos y compañía en el comienzo de su carrera.
Cuatro años han pasado desde su laureada ‘Tres días con la familia’. «Me he tomado mi tiempo», confesaba ayer la directora catalana en la primera rueda de prensa del Festival. Un tiempo para asumir el éxito de su ópera prima, la que, por lo visto ayer en el arranque de la Seminci, marca un estilo y una elección. Y también para descubrir cómo quería continuar esa prometedora carrera. Coll ahonda en ese cine intimista y familiar, que es su firma. Familiar no en el sentido en el que estamos acostumbrados a usar el término. Familiar porque escudriña las relaciones muchas veces tan complicadas entre los miembros de una misma familia, ya sean padres e hijos o, como en esta ocasión, tres hermanas, cercanas y distantes al mismo tiempo. Pero lo definitivo en este filme es algo que va más allá de esa investigación en las relaciones entre parientes cercanos, algo que reside en la posición de la cámara, entendiendo por tal el punto de vista desde el que se cuenta la historia. Y no es otro que la protagonista. No vemos al padre de Nora, un personaje al que las hijas consideran fuera de la realidad y solo prendido del recuerdo de la madre ausente; ni al marido, un ser incapaz de ayudar a su mujer aunque parezca intentarlo; ni a la hermana superficial ni a la otra hermana más pendiente de su cuñado que de su marido. No. Vemos cómo Eugenia, Geni, los contempla desde su absoluto desconcierto, cómo le hiere su presencia, cómo intenta mantenerse a su lado a pesar de lo ajenos que le resultan ahora, cómo intentará agarrarse a una amiga de la juventud, que tampoco parece comprender su situación.

Coll va al grano. No se pierde en florituras. O entras desde el principio en la historia o quizá no lo consigas porque no pierde el tiempo en retóricas. Seca, sin alardes, directa, así es su manera de rodar. Fiel al equipo técnico con el que dio sus primeros pasos, fiel a su amiga y coguionista, Valentina Viso, Coll consigue más que actores un grupo de cómplices en su proyecto. Desde la excelencia de Nora Navas en un papel muy complicado, y el acompañamiento de Pau Durá, Ágata Roca y Carla Segura, además de Jordi Costa, quien tras una larga trayectoria en Els Joglars se acerca al cine con acierto en este filme que ha supuesto un arranque en alto para el Festival.
Sin rumbo
Como los personajes de  Bret Easton Ellis, así avanza el último producto de Paul Schrader, ‘The Canyons’. Sin rumbo, en una sucesión de enredos en los que cuesta entrar, rodados eso sí con la fría maestría del director, en un ambiente de diseño, limpio, solo roto durante los títulos de crédito por las imágenes de cines en ruinas, impresionantes y evocadoras. Hacia la mitad del filme esa sucesión de polvos y exquisita sordidez parece encaminarse, con tintes de thriller,  hacia algún sitio, que solo era un bucle.