La segunda película de Jaime Rosales se titula ‘La soledad’ pero bien podría haberse titulado ‘La vida’, o ‘El silencio’, pues todo ello es esta mirada detenida y original sobre las vidas de gentes con las que cualquier espectador podría identificarse. Rosales profundiza en el ejercicio de estilo iniciado en ‘Las horas del día’. Se ha hablado mucho de la polivisión que plantea en la película y del esfuerzo añadido que supuestamente supone para el espectador. Iba preparada y no solo no me resultó un esfuerzo, sino todo lo contrario. La calma con la que la cámara –casi siempre fija– capta las secuencias invita y hace posible la reflexión sobre lo que se ve. Y a pesar de que lo que cuenta no es amable resulta una relajante y desusada manera de mirar.
Lo que la cámara muestra es la vida alrededor de dos mujeres cuyas peripecias se tocan tangencialmente en una gran ciudad. Más que la ya famosa polivisión, lo más interesante en ‘La soledad’ es la capacidad de elipsis de su director, capaz de manejarla en varios planos narrativos.
El drama, incluso la tragedia, transcurre en el interior de los personajes. El director les evita las grandes palabras. Pone la cámara delante de su rostro y limpia todo lo que no sea lo que pueda transmitir el actor con su sola presencia. Una dificultad tanto para el director como para los actores que salvan con nota. Sonia Almarcha y Petra Martínez –toda una vida dedicada al teatro junto a Juan Margallo que tiene un pequeño papel en el filme– están espléndidas.
La voluntad de quitar dramatismo a las situaciones se acentúa por el gusto del director por lo cotidiano. La historia se cuenta mientras los personajes realizan a menudo tareas domésticas. La cámara se queda fija en un ángulo de la cocina mientras los personajes preparan la comida, o planchan o colocan la compra. Sin moralejas, sin conclusiones, solo con la sensación de haber visto un cine comprometido con la gente, sin retórica y sin que la voluntad de hallar una manera distinta de contar pese en la película. Muy recomendable.