SEMINCI III
‘LA SEÑORITA JULIA’, DE LIV ULLMANN; ‘CAMINO DE LA CRUZ’ DE d. bRÜGGEMANN Y ‘EL HOMBRE MÁS ENFADADO DE BROOKLYN DE PHIL ALDEN ROBINSON
no, no voy a cometer el error de juzgar ‘La señorita Julia’ de Liv Ulmman, la película con la que comenzó ayer la tercera sesión del Festival, con los ojos de la obra de teatro en la que está basada. Pero por cuidado que se ponga al separar, es inevitable pensar en Strindberg, y Strindberg es mucho Strindberg. Quizá sería más fácil el intento si Ullmann no hubiera sido esencialmente fiel a la obra, un clásico de la literatura dramática que el escritor sueco escribió en 1888 y de la que se han hecho centenares de versiones tanto en teatro, su lugar original, como en el cine.
Ullmann deja su sello, sobre todo en la parte estética de la película, un gozo para la vista y en la que se pueden encontrar sin dificultad muchas referencias pictóricas. No podía evitar, quizá por su condición escandinava, acordarme de los interiores del pintor danés Vilhelm Hammershoi, y, en la escena final, con Miss Julie muerta en la orilla del río, la composición resultaba un perfecto cuadro prerrafaelita.
El resultado es una película de bella factura. Pero algo de la tensión interior de los personajes: de esa pareja que se atrae y se repele al mismo tiempo, atrapados ambos en los convencionalismos de su clase y en la ira acumulada desde la infancia –en el caso de ella por la soledad y en el de él por el resentimiento– no está presente en el desarrollo de la historia que resulta, así, algo distante. Cuesta trabajo sentir en las tripas esa violencia soterrada en cada diálogo entre la joven de clase alta y el lacayo que ve en ella una oportunidad de ascenso social.
Y a mi juicio se debe a la elección de los actores. Sorprende esa elección, teniendo en cuenta la proximidad de la directora a tantas escuelas de alto nivel profesional en el mundo de la interpretación y solo se me ocurre una razón comercial para optar por Colin Farrell y Jessica Chastain A ambos, a pesar de sus esfuerzos y a pesar de que los resultados no son desastrosos, les viene grande la propuesta. Sobre todo a Colin Farrell al que le falta creerse de verdad el personaje.
Películas como ésta hacen reflexionar sobre la complejidad de construir un filme y de cómo unas veces, al fallar alguno de los elementos, todo se desmorona y, en cambio otras, como en este caso, algunas imperfecciones no bastan para cargarse un producto que al final no deja de tener valor.
Grata sorpresa
Comencé a ver ‘Kreuzweg’ sin expectativas, pues no he visto los tres largometrajes anteriores del director alemán Dietrich Brüggemann (Munich, 1976). Pero tengo un juego conmigo misma que consiste en adivinar si la película va a tener o no un mínimo de calidad juzgando por el plano de arranque del filme. Unas veces tengo que modificar mi apreciación inicial, y una mayoría mi intuición funciona. En esta ocasión, funcionó la impresión de que estaría ante una buena película.
En ese plano de arranque un grupo de niños rodean, sentados a una larga mesa a un sacerdote. Están en catequesis preparándose para recibir el sacramento de la Confirmación. El parlamento del joven sacerdote, sus preguntas y sus respuestas no dejan lugar a dudas: pertenece a una agrupación de católicos integristas, a una de esas asociaciones o hermandades cuyo objetivo es volver a la práctica de la religión como era antes de que quedara ‘contaminada’ (esa es su apreciación) por el Concilio Vaticano II. Una de las niñas que asiste a la catequesis es María, de 14 años, quien se verá progresivamente afectada por el sentimiento de culpa: las alertas tanto de su madre, integrista convencida, como de su director espiritual acerca de los peligros de contaminarse el alma con la música ‘endemoniada’ (hablamos de rock) o la vanidad de querer gustar a los chicos (hablamos del despertar de la sexualidad) calan en su ánimo y en su cabeza donde, por otro lado, se instala la idea de querer sacrificar su vida ofreciéndola a cambio de la curación de su hermano menor, un niño aparentemente normal pero aquejado de algún tipo de trastorno que le impide hablar.
Inevitable acordarse de ‘Camino’ la película con la que Javier Fesser ganó seis premios Goya, aunque sean dos filmes muy distintos.
La película está organizada en torno a catorce planos secuencia que hacen alusión a las catorces estaciones del Vía Crucis por el que pasa la protagonista. Y así son presentados al espectador tras los correspondientes fundidos a negro: Jesús con la Cruz a cuestas, Primera Caída… etc.
Riesgo que asume Brüggemann con la confianza de quien sabe que está rodando un buen filme y que enfrente tendrá un espectador que, tras la sorpresa inicial, le dará una oportunidad.
Y sí, convence esta película que más que de los radicalismos religiosos trata de esa difícil edad que es la adolescencia, una edad en la que a los jóvenes les acechan multitud de peligros, algunos, y no siempre los menos importante, están en su propia casa.
Brüggemann se permite además un final sorprendente como para dejar bien claro que su denuncia pasa de maniqueísmos, que no se ha apuntado a ningún carro facilón, aunque eso está claro desde el comienzo de este más que apreciable filme que demuestra que cuando el arte pone la llaga en algún asunto candente de nuestros días y se hace con inteligencia y sensibilidad el resultado es doblemente apreciable.
¿Precedente?
Si ayer nos preguntábamos qué pintaba una película como ‘Lucifer’ en la sección estrella del certamen, hoy volvimos a insistir en la pregunta tras ver ‘El hombre más enfadado de Brooklyn’, testamento cinematográfico de Robbin Williams. El hecho de que muriera de forma inesperada poco tiempo después de su rodaje y que por lo tanto se le haya dado a la proyección carácter de homenaje no parecen razones suficientes. Tampoco el hecho de que no concurse.
El filme, que dirige Phil Alden Robinson (‘Pánico nuclear’) es un remake de una película israelí dirigida por Assi Dayan en 1997. ‘Mar Baum’, que así se llama la película original , obtuvo una Palma de Oro en Valencia y una nominación en el de Chicago. Pasada por la turmix de la industria estadounidense no deja de ser una sucesión de situaciones más o menos cómicas (algunas lo son ciertamente) y de gags en la que, dicho sea respetuosamente, Robin Williams hace de Robin Williams como solía y el resto acompaña como puede. No deja de ser una coincidencia algo morbosa el pensar que el último personaje que rodó el protagonista de ‘El club de los poetas muertos’ sea un hombre al que le han diagnosticado que vivirá apenas una hora y media más de vida.
Pero insisto en la extrañeza mientras mantengo la esperanza de que este caso no siente precedente.
(Fotogramas de ‘La señorita Julia’ y ‘El hombre más enfadado de Brooklyn