LA ESCRITORA RUMANA PRESENTA ESTOS DÍAS EN ESPAÑA EL LIBRO ‘MI PATRIA A4’
“La realidad política llega a la poesía cuando se ha convertido en una cuestión de vida o muerte». La frase puede parecer muy dramática pero si la dice Ana Blandiana (Timisoara, Rumanía, 1942) no suena tan terrible. Porque nada en su mirada, o en su gestualidad o en su lenguaje corporal traduce la dureza que le tocó vivir bajo el régimen comunista de Ceaucescu, cuando sus libros se prohibieron, o cuando el teléfono intervenido y la vigilancia a la puerta de su casa eran las coordenadas vitales cotidianas. Por el contrario, su sonrisa, sus ademanes, la amabilidad que transmiten sus ojos o sus manos hablan de cualquier cosa menos de rencor o de dolores no resueltos.
Blandiana está en España para presentar su último libro de poemas, ‘Mi Patria A4’, en una mini gira que la lleva de Pamplona a Salamanca y de ahí a Madrid. En el primer tramo de su viaje hace un alto en Valladolid para esta entrevista, en un día típico vallisoletano nublado aunque todavía no frío, que permite la charla al aire libre rodeada, como está, de maletas y de flores.
Blandiana es además de una poeta reconocida un referente ético en la literatura de su país. Escribe su traductora Viorica Patea (que ha trabajado en este libro junto a Antonio Colinas) en la introducción del poemario, que ella, como Ajmátova para la literatura rusa o Václav Havel en la checa, encarna «el arquetipo de escritor cuya obra y vida asumen el destino colectivo». Y menciona otros ejemplos como el de Nadejda Mandelstam, Iván Chmeliov o Alexander Soljenitsyn como autores conscientes «con su deber para con el presente» y cuyo testimonio los convierte en un legado para las generaciones futuras.
Pero cuando la autora de ‘Proyectos de pasado’ se refiere a ese periodo difícil de su vida es como si todo hubiera sido fácil. «Par mí, las cosas eran simples. Yo sabía que tenía que escribir lo que pensaba, el problema lo tenía después para poder publicarlo y , si finalmente lo conseguía, el problema era la represión posterior: estar todo el día vigilada, pero cuanto más visible era la represión me iban convirtiendo en una persona cada vez más importante. Pero al mismo tiempo fue un periodo de tranquilidad que me permitió escribir una novela. Sabía que solo tenía que procurar estar tranquila y transformar en literatura todo ese material». Así surgió ‘El cajón de los aplausos’ que se publicó en Alemania y que según afirma «me salvó la vida. De no haber sido por la escritura me habría vuelto local. Luego fue distinto, llegó la libertad y la vida se llenó de ruido».
A ella misma le parece que dicho así puede resultar extraño y matiza. «No quiero que suene frívolo. Fueron tiempos muy duros por los amigos desaparecidos y por el aislamiento. Cuando alguien se atrevía a visitarte siempre te quedabas con la duda de si venía porque era muy valiente o si en el fondo su misión era sacarte información. Ahora puede parecer absurdo pero vivíamos como si aquello no fuera a acabarse nunca. Yo era más joven que Ceaucescu y sin embargo siempre creí que ‘El cajón de los aplausos’ sería un libro póstumo». Y recuerda una ocasión en el que viajando con su marido por carretera tuvieron un extraño accidente que no debió de ser tal. «Probablemente solo querían asustarnos».
El más personal
Pero lo que le ha traído aquí es su último libro, el poemario que establece las fronteras de un folio en blanco como la patria de la escritura. De todos sus libros, es «el más íntimamente relacionado conmigo. El más personal. Porque no habla tanto del sufrimiento de un pueblo como del mío propio. De la sensación de estar sometida al paso del tiempo y de la necesidad de descubrir aquello que continúa y no se acaba en este mundo. Aquello que, dentro de lo que existe en la tierra, tiene un sentido eterno».
Y se refiere a un poema, ‘Panales’ en el que se pregunta «si solo somos tristes formas, vacías y de las que ha desaparecido la miel de la eternidad, la intensidad de la fe en la eternidad».
Un libro marcado también por la muerte de su madre, que ocurrió mientras lo escribía. «Me sentí que había perdido la relación con mis raíces, como si me hubiera quedado suspendida entre la vida de aquí y un cielo cuya existencia es cada vez más problemática». («No me dejes / Caer en el futuro,/ Y deshacerme en el tiempo venidero…») ‘Mi patria A4’ se convierte así en un diálogo con la divinidad un tanto herético, «porque más que una oración es una protesta». («Me gustaría saber qué has sentido/ cuando has establecido las proporciones/ De los venenos, colores y perfumes,/ Cuando en un pico pusiste el canto / Y en otro el cacareo,/ En un alma el crimen y en otra el éxtasis/ Daría cualquier cosa por saber / Si tuviste remordimientos/ Porque a unos los hiciste víctimas y a otros verdugos…»)
Y como si hablara consigo misma, añade: «Es como si el mero hecho de hablar con Dios fuera un intuición de que existe. Esto lo comparo con Goya y con el hecho de que en su tumba haya unos ángeles representados. ¿Por qué? ¿Porque él pensaba en ellos, porque para él no eran una frivolidad o una abstracción? ¿Espera pensando en ellos tener de esa manera alguien con quien hablar?»
La referencia a Goya es un hilo tendido para preguntarle por su conocimiento de la poesía española, por si hay algún poeta en español entre sus referentes y por estos en general. «Escribo desde antes de saber escribir y está claro que lo que cuenta en la formación de una persona son los escritores que leyó en la adolescencia. Bajo el régimen comunista lo que se traducía en Rumanía era Lorca y yo me enamoré de él» y fue como un ‘primer estadio’ de su ser poeta. Ahora se siente cercana a dos poetas «que no tienen nada que ver entre sí, como son Rilke y Emily Dickinson, pero con los que yo me siento en relación al unísono».
El rastro de Dickinson está evidentemente en esa forma de utilizar lo cotidiano para hablar de lo trascendente. (Algo se enciende en el corazón de las hojas/ Que no entienden qué sucede/ Y no dan crédito a lo que está pasando./ Perciben una luz/ Que sin querer engendran/ Como vírgenes asustadas por el Niño…»)
Ana Blandiana, tras una larga relación con las palabras, descubrió «que en un mundo en el que se habla y se escribe tanto, el significado del poema consiste en restablecer el silencio».
Publicado en La Sombra del Ciprés del 29 de noviembre del 2012
La foto de Ana Blandiana en Valladolid es de Wellington Dos Santos