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La alargada sombra de la violencia

Recientemente un grupo de diputados alemanes fueron llevados, a iniciativa de una ONG, en un simulacro de patera por uno de los ríos que cruzan Berlín. Se trataba de sensibilizar a sus señorías sobre el problema de los refugiados. Que se acercaran, siquiera por unas horas, a la angustia y al terror de quienes en condiciones infrahumanas inician un viaje en el límite hacia la inseguridad de un mundo en el que al menos esperan encontrar la paz. Aunque lo que a menudo encuentran muchos refugiados, si tienen la suerte de atravesar la frontera que les separa del mundo soñado, son otras fronteras. Las que impone la pobreza, la marginalidad. De todo ello habla la película de Jacques Audiard que ayer levantó el telón de la Seminci del 60 aniversario y que debería ser de obligada visión en aras de esa sensibilización. Audiard habla de lo difícil que es, cuando no se posee más que un nombre falso, empezar una vida que merezca llamarse así. Y de más cosas: de cómo eso que llamamos familia no siempre coincide con lo establecido por los lazos de sangre, sino que es un concepto en construcción. El director francés, además, quería contar una historia de amor. Y lo hace.
Audiard ganó con ella la Palma de Oro en el Festival de Cannes. ‘Dheepan’ es la historia de un exguerrillero tamil que, a punto de concluir la guerra en Sri Lanka decide huir de su país harto de la violencia. Para ello se servirá de una mujer y una niña huérfana –una de tantas víctimas infantiles de las guerras— para, juntos, hacerse pasar por una familia de refugiados. En Francia, encontrarán acomodo en uno de esos suburbios donde se hacinan todo tipo de marginalidades y donde a menudo estalla la mecha del racismo o cualquier otra mecha que encuentra campo abonado en un polvorín social. Dheepan comprobará que por muchas barreras defensivas que quiera poner a la vida que está intentando construir –esa raya blanca que traza entre las burlas de los pandilleros– de la violencia es muy difícil escapar.
Para muchos de los que hemos seguido la premiada trayectoria de este director quizá esta no sea su mejor película. Desde luego no alcanza la redondez de ‘Un profeta’, ni te somete a la tensión que caracteriza su cine y que sí estaba en ‘De latir mi corazón se ha parado’ y en ‘De óxido y hueso’. Aquí la respiración se contiene en momentos muy determinados. Pero siguen estando sus señas de identidad, esa manera algo seca y contundente de rodar, la originalidad con que construye los planos siempre dejando libre la mirada del espectador, como si quisiera decirnos: «yo tampoco sé cómo va a acabar todo esto».
Sorprende su final feliz, no tanto por el sesgo que toman los acontecimientos sino porque supone una cierta ruptura con la forma en que se venía contando la historia. A mí sin embargo me parece un riesgo calculado. Y perfectamente asumible. La Seminci comenzó por tanto con buen pie.

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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