Publicado en EL NORTE DE CASTILLA el 4 de octubre del 2007
Como ocurre en la Seminci, en el Hay Festival la acumulación de oferta hace imposible seguir ni un 10% de las propuestas. En mi caso, además, seleccionadas de antemano por el interés y la oportunidad periodística, lo que para bien y para mal marca mi agenda. Ahora con la resaca de uno de esos acontecimientos que nos ponen las pilas y nos obligan a hacer una inmersión total en uno de esos asuntos en los que convergen el interés profesional con el personal, intento abrir una carpeta para guardar con más cuidado lo que íntimamente supuso una recarga de energía.
Por ejemplo, el largo y cálido aplauso que el auditorio dedicó a Almudena Grandes. Un aplauso que sonaba a ‘gracias por haberte atrevido a contar mi historia’. Cuánto dolor y emoción detecté en aquel aplauso para un libro, ‘El corazón helado’, que habla de familias rotas, de exilios impuestos, que habla de la historia reciente de este país en clave individual y en la que tante gente –de ella una parte estaba allí y lo manifestó– se ha visto reflejada. El público, a veces, tiene tanto interés como el protagonista del encuentro.Y ese público era especial.
O la voz atronadora del palestino Murid Barguti (‘He visto Ramala’) en la gala final de poesía. Barguti que leyó su primer poema en inglés, se ‘desató’ después en su propio idioma. En la potencia de su acento, en sus brazos y en su expresión cabían todos los exilios, todos los pueblos oprimidos.
O la ironía y la inteligencia de Wole Soyinka –de su maravillosa voz ya he hablado– cuando se atreve y nos obliga a mirar con distancia las bondades de Internet. «Creo que hay gente que tiene blogs y que incluso compiten por ser los más leídos». ¡Cómo me reconcilió con mis propias contradicciones y la relación de amor odio que mantengo con estos asuntos!
O las tribulaciones de Arnold Wesker con su diario. «Escribo obsesivamente. Lo único bueno es que la gente que lo hacemos así nos evitamos ir al psiquiatra». Me gustó conocerlo,saber que nunca lo hubiera imaginado así. Pensar que alguien a quien tenía en lugar relevante en mis libros de texto particulares es lo contrario de la afectación. «No me fui a vivir al campo porque necesitaba retirarme. No huía de nada. Me separé de mi mujer y me echó de casa –dijo a la pregunta mucho más glamurosa del conductor del acto– Ahora tenemos una magnífica relación». ¿Se dan cuenta qué hubiera contestado cualquier escritor mucho más mediocre?
O la voz y la palabra de Marifé Santiago que llevó de la mano a cada poeta con la seguridad de haber compartido con ellos el vértigo de la escritura.
Esta es, al fin, la historia íntima del Hay. Por encima de nombres y circunstancias, en cada encuentro está, si me permiten el desahogo, la complicidad de una tarea compartida, que no es sino una forma de mirar el mundo. Lo demás es, efectivamente, circunstancial.