SOBRE ‘LA PAZZA GIOGIA’ DE PAOLO VIRZI Y ‘MADRE NO HAY MÁS QUE UNA’ DE ANNA MAYLAERT
Encarando la recta final del festival, y sin esa película que nos haga vibrar en la butaca, el certamen parece haber entrado en una cierta zona de confort, donde no hay nada abiertamente desechable, pero tampoco esa película que hiciera subir la línea roja de la temperatura. Y dado que estas crónicas-críticas tienen de oficio el lado personal de quien las firma, permítanme una confesión: hay un momento para mí crucial en una película que tiene que ver con su arranque. A lo largo de estos años dejando constancia de lo que sucede en la Sección Oficial del certamen he desarrollado un cierto sentido para detectar en las primeras secuencias qué puede dar de sí un filme. Lógicamente no es una fórmula matemática, ni esa primera impresión siempre se confirma: una película, de algún modo como una novela, atraviesa fases, picos de tensión, zonas de sombra. Y todo pesa en el conjunto. Pero esos minutos iniciales –que a veces incluso coinciden con los primeros créditos– hablan mucho para bien y para mal de lo que vendrá después.
Los minutos iniciales de ‘La pazza giogia’ me parecieron impostados, algo artificiales y en ese tono continuó para mí la película toda. Sin acabar de creerme esa especie de amable y avanzado psiquiátrico, ni el personaje de Beatrice –a pesar de que se lo echa sobre los hombros una personalidad fuerte como la de Valeria Bruni Tedeschi– ni el equipo médico habitual.
La firma Paolo Virzi (Livorno, Italia, 1964), autor que se estrena en Seminci y del que en España hemos visto al menos una película de gratísimo recuerdo, ‘Caterina se va a Roma’, mucho más redonda que ésta. Al contrario de lo que sucede con ‘La pazza giogia’ o ‘Locas de alegría’ (escojan el título que prefieran), que se agota en los primeros comentarios del café, ‘Caterina se va a Roma’ se quedaba contigo un tiempo. La ambientación, los personajes, la historia… como ocurre en las buenas novelas, cuyos protagonistas vivirán contigo un tiempo después de la palabra fin. La presencia de Virzi en el festival puede servir para intentar recuperar este logrado título.
Identidad
Algo subió el tono de la mañana la brasileña ‘Madre no hay más que una’ de otra debutante en Valladolid, Anna Muylaert, que confesaba en la rueda de prensa posterior a la proyección, que solo un psicoanalista podría aclarar su fijación con el tema de la madre como personaje en una obra de creación. Su anterior filme se titulaba ‘La segunda madre’. Las madres que aparecen en el filme que compite en la Sección Oficial del festival han perdido a su hijo porque otra mujer se lo ha robado. Aunque está basada en un caso real, a Muylaert no le interesa tanto hablar del robo de niños, como de la difícil construcción de la identidad en los adolescentes, máxime cuando, a las dudas habituales a esta edad se suma el trauma de comprobar que han vivido una vida engañada, que ni siquiera su nombre fue el nombre que sus padres le dieron cuando llegaron al mundo.
Así Pierre, un muchacho de indefinida sexualidad, que toca en un conjunto de rock, que se pinta las uñas y le gusta la ropa de mujer, que tiene relaciones por igual con chicos y con chicas, tiene que convertirse en Felipe, y acomodarse a una familia burguesa, separarse de las que hasta ese momento creía su madre y su hermana y convivir con un hermano ‘verdadero’ al que nada le une.
El tema es enorme y la película tiene buenos momentos, sobre todo cuando la cámara se aproxima a Pierre, a su silenciosa rebeldía, a su perplejidad, pero el guion falla a la hora de afrontar el cambio traumático hacia la nueva familia.
Los padres verdaderos son tan torpes en su afán por no volverlo a perder y en su incapacidad para acercarse a su hijo desde una postura dialogante que resultan poco verosímiles, por falta de matices. Igual que los padres verdaderos de la hermana con la que ha convivido siempre (también robada) cuya fugaz presencia en el filme también está dibujada a trazo grueso.
(Fotogramas de ‘La pazza giogia’ y ‘Madre no hay más que una’