Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla del 29 de noviembre del 2007
Primero fue la voz de Julio Cortázar desvirtuando, sin que nadie le hubiera pedido permiso, el sentido de uno de sus relatos. Yo al principio me negaba a creerlo –yo de primeras suelo pecar de ingenua– pensé en una imitación o montaje, aunque ya eso sólo me pareciera mal. Julio Cortázar vendiendo un reloj, creo. Claro que, de haber estado presente el interesado, hubiera salido de todo aquel asunto un cuento maravilloso, algo irónico y refrescante que llevarnos a los ojos para variar.
Lo nuevo es un poema de Rudyard Kipling, el archiconocido y archiusado ‘Si’, ése que termina diciendo ‘…serás hombre hijo mío’. Lo estaba oyendo distraída, me llegaba con una voz profunda y contundente, bien elegida para causar efecto y miré. Y allí estaban esas imágenes de una conocida marca de aceite de coche que a su vez patrocina un equipo del mismo nombre, ‘escudería’ de algunos de nuestros campeones en motociclismo. Y pensé ¿es que no van a dejar nada quieto? Mejor que Kipling no sepa para qué sirve su poesía tan alejada de ese mundo de marcas y potentes campeones. No quiero dar ideas, pero lo próximo ¿será un párrafo de Virginia Woolf vendiendo una bebida estimulante? Oyéndolo tenía la misma sensación que tengo cuando algunos políticos echan mano de poetas cuyo mensaje está en las antípodas de su ideario. Me pregunto ¿lo habrá leído?
Del último anuncio voy a dejar a un lado el asunto machista. Que lo tiene y mucho. En esto la publicidad avanza poco. (Atención que llegan los anuncios de los juguetes y los perfumes y son un catálogo de las esencias en este sentido). El tema es que cada vez es más irrespetuosa y prepotente. Invade con un aire de glamour lo que antes le estaba vedado.
Ejemplo en un día cualquiera. Rueda de prensa con Ángel Corella. En lugares bien visibles de la sala los ‘afiches gigantes’ de la marca de relojería que patrocina su gira. Vale. Empieza el parlamento de Corella y tras los agradecimientos al teatro Calderón, anfitrión de sus actuaciones, los agradecimientos al patrocinador y mención expresa de la firma que lo distribuye en Valladolid por si fuera poco. Es decir, que los periodistas allí presentes nos ‘comimos’ no ya la parte visual de la publicidad sino también la ‘radiada’ en directo.
Si los artistas ya se ven obligados a ser ellos los portavoces publicitarios para asegurarse el patrocinio, ¿lo próximo será que vayan a las ruedas de prensa de hombres-anuncio con aquellos cartelones de antaño en pecho y espalda?
No se rían porque algunas de las cosas que ahora ocurren, y que a mí me parecen atropellos, hace un tiempo eran impensables. Ya sé que me repito. Otras veces he hablado de ello en esta columna. Pero el fenómeno no sólo se repite. Crece y crece. Y se nos impone. No estoy en contra de la publicidad, sí de sus abusos. Una publicidad responsable redundará en beneficio del producto. ¿O ya nada importa?