Estábamos bien en el patio de butacas. Ayer, cuando salimos, España era un país más triste, más tenso, peor… Daban ganas de volver a entrar y no salir hasta que se hubiera recuperado la cordura. Pero como decía Aute, los sueños cine son y fuera nos esperaba la vida real.
Comentábamos entre los compañeros de la crítica que este año parecía que había habido más gente en las salas. Pronto conoceremos las cifras oficiales, pero ojalá esa impresión se confirme. Pero aún más, ojalá se haya creado una cierta inercia, que el resto del año la gente siga yendo al cine, que los medios hablemos de cine y no solo de taquillas, que los profesores hablen de cine en las aulas, que alguien se arriesgue los fines de semana con una película menos comercial, que la apariencia de desierto no vuelva a ser la tónica. Por soñar…
No sé si somos conscientes. Contar con un festival de cine que aún conserva, a pesar de la competencia y de lo mucho que ha cambiado el panorama a nivel del país, una buena parte de su prestigio es un capital que no se debería desperdiciar. Supongo que el Ayuntamiento, que es su principal apoyo, y el resto de los patrocinadores son conscientes de ello, pero dado lo que está pasando con otras instituciones que tendrían que ser un buque insignia de la cultura local y nuestra mejor carta de presentación en el exterior no las tengo todas conmigo.
Aquí somos dados a crear revoluciones para retroceder, en vez de apoyarnos en lo que tenemos para ser más grandes. Cada vez que me acuerdo de las propuestas que algún aspirante puso encima de la mesa tras la 60 edición para una Seminci ‘renovada’ y que eran vistas con simpatía por quien tenía que decidir me dan escalofríos. Por desgracia en Cultura es difícil avanzar, pero facilísimo retroceder. Para lo primero, hace falta consciencia, conocimiento, un proyecto y voluntad, para lo segundo basta con un poco de frivolidad.
¿Hemos visto buen cine en este certamen? En general sí (hablo de la Sección Oficial, que es lo único que he podido seguir). Pero a un Festival el buen cine se le supone. ¿Hemos visto propuestas arriesgadas, lo que podríamos llamar cine ‘de festival’? No demasiado. El riesgo estaba muy controlado. Da la sensación de que se tiene mucho miedo y en cierta forma es comprensible. Unas declaraciones de su director, Javier Angulo, antes de comenzar esta edición en el sentido de que no había ninguna película demasiado rara o que fuera difícil me sonaron a eso. Y de alguna manera lo entiendo. Los balances culturales cada vez se parecen más al seguimiento del Ibex 35. Y yo en esto me he vuelto conservadora: prefiero conservar este Festival en condiciones a encontrarme el día de mañana con un certamen válido para cualquier centro cívico gracias a alguna propuesta ‘innovadora’. Aunque acudan multitudes. Y esto no tiene nada que ver con el elitismo. O sí, con el elitismo al que debe aspirar toda actividad cultural que se precie. Lo verdaderamente revolucionario y democrático sería que todo el que quisiera pudiera tener acceso en todos los sentidos a la Cultura con mayúsculas. Pero aquí solemos hacer el viaje al contrario: rebajar el contenido para que sea ‘popular’.
Y así no se puede avanzar.
(Columna publicada en el suplemento de Seminci de la edición impresa de El Norte el sábado 28 de octubre de 2017)