Decir que el cine español no atraviesa sus mejores momentos no es decir gran cosa, aunque las lágrimas por los malos resultados quedan relativizadas por el hecho de que la enfermedad es común. También el siempre poderoso cine de EE. UU. ha perdido espectadores y 72 millones de euros en el año que acaba de terminar.
Pero lo del cine español es una especie de tópico. Hay crisis. Ya lo sabemos, aunque se haya agudizado. Pero llorar el día de las cifras, es como llorar el día del examen final, después de vaguear el curso entero. Algo inútil. Como lo de recurrir al lugar común de que el problema es la falta de industria. Pues hasta el año que viene… porque no parece que vaya camino de recuperarse. 32 títulos menos que en el 2006 nos contemplan. 13 millones de espectadores menos y 5,8 millones de euros en déficit completan los números rojos del balance anual.
Y es que los males que sufre el cine español son de más calado que la taquilla. Decir que al público le aburre el cine que se hace aquí es de esos comentarios que parecen hechos por los que se alegran del mal ajeno. ¿Por qué no hablamos de los problemas en origen? De las escuelas de cine, de la educación audiovisual en las enseñanzas medias, de las filmotecas, de la distribución, de la necesaria cuota de pantalla que pone tan nerviosos a los exhibidores, del endeble apoyo de las televisiones etc. etc. etc. No parece que la nueva Ley vaya a solucionar estos problemas.
Por no decir que cuando se trata de un hecho cultural la caja no lo es todo. Al fin y al cabo este ha sido el año de ‘La soledad’, de Luis Rosales, para algunos, entre quienes me incluyo, de lo mejor que le ha pasado al cine español con Guerín y algunos más desde que Erice enmudeció. Y que afortunadamente se ha colado en las candidaturas al Goya. El de ‘Siete mesas de billar francés’, apreciable película de Gracia Querejeta que no ha tenido el eco merecido. Y al fin, el año de ‘El orfanato’, cine español a la manera americana que ha llamado de tú a las invencibles secuelas de Hollywood.