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Xoel Prado - Antúnez

Oliendo páginas de tinta

La ineluctable escritura

En estos tiempos que corren, si todo el mundo escribe, ¿quién lee?

Hay más escritores que lectores, al menos, en España. No más que des un garbeo por la virtualidad de la red, comprobarás como todo el mundo publicita ser el número uno en la planta de ventas de esa editorial virtual que levanta pasiones y polémicas, a partes iguales.

Leer es un placer tan grande como un polvo a la hora de la cuarta digestión (en palabras de San Buenaventura), se convierte en un placer de Santos. Como orar o laborar.

Leer, que no escribir. Escribir es distinto. Escribir no provoca placer, sino derrota y declive, desesperación, displacer.

Si leer pertenece a la órbita del placer y se resuelve con la satisfacción inmediata al abrir un libro sin más; escribir se desenvuelve con enmarañamiento en la encubridora órbita de la realidad y rebusca buscón por todas las sendas que habita el yo, incluso por las largas y tortuosas, aquellas que no se finalizan en su recorrido porque no llevan a ningún lugar y nunca acaban.

Escribir es comparecer ante el público asistente como un mirón. El escritor es como Masoch oculto en el armario o bajo la cama asistiendo al acto de infidelidad de su tía, acordado con el marido, que la descubrirá y al que azotará en las nalgas muy la moda de 1600 en la Inglaterra victoriosa y victoriana y vivisectiva. Y el escritor, como Madoch, deseando ser descubierto para ser azotado y, para ello, se oculta en cada azote al tío, un poco más.

Escribir es como recortar nuestra piel con el más afilado bisturí para hallar bajo su encubrimiento bello el monstruo que aparece familiar pero que se oculta, un desvelamiento de lo siniestro.

Escribir es utilizar la palabra como otros utilizaban la vara sobre las nalgas, creyendo que de esta manera provocaban un calor que afectaba a la producción de semen y, así, fecundantes ellos. La palabra provoca un calor en quien la escribe que le incita a ver la realidad más transparente y manejable, pudiendo modelarla a su manera, y recrearla (que crearla seguro que fue a causa de otros) De esta manera, el escritor pretende dictar la única verdad: que busca un Sentido oculto, y que sólo se hace presente, co – presente, en la metaforización de la mismísima vida en su desenvolvimiento.

¡Cómo cuesta desprenderse de la piel, tanto como ensamblar una metáfora, tanto como posponer una vida, tanto como escribir una palabra!

Escribir es sufrir, sin duda, pero, como tras todo sufrimiento anida un placer, es indudable, que el sufrimiento del escritor es su placer más inconmensurable.

Antes de llegar a esa exaltación orgásmica, toca transitar por el displacer, por el dolor, por el sufrimiento claro que convoca el lenguaje, que oscurece la historia, que la degenera por recovecos próximos al delirio febril, a la agonía aplazada sine die.

Leer es tan simple, abrir un libro para disfrutar espontáneamente.

Escribir tan complejo, desprenderse de palabras como de gotas de sangre hasta que se convierta ese desprendimiento en algo tan natural como el cuchillo de Delfos, como la sociabilidad, o el sexo.

La ineluctable necesidad de escribir, recorriendo la verdad así como la sangre concurre torrentera por las venas. No se puede obviar y se vomitan las palabras como parte del virus inoculado al escritor por la realidad circundante.

La ineluctable necesidad de escribir, que tatúa en la mirada del escritor metáforas que suturan el sentido, metáforas de la urdimbre, y que lo empujan al Gólgota de su historia incendiada.

La ineluctable necesidad de escribir, es tan inútil enfrentarse a ella: preferible, dejarse llevar por la corriente de la inconsciencia como si no hubiera mañana.

Para el escritor de verdad, no hay mañana: la realidad se ha agotado en la última línea, pero ni siquiera nunca se trata del Fin.

Degustar la lectura, el teatro y el amor/humor

Sobre el autor

Obscuro como él solo sabe serlo, seductor vespertino y a veces matutino.


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