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Xoel Prado - Antúnez

Oliendo páginas de tinta

Ocho apellidos vascos

No queda más remedio que encaminarse al cine a verla, tanto es el innúmero número de opiniones en controversia que ha suscitado “Ocho apellidos vascos”. Nada más llegar al cine me aclaro de lo que consigue toda esta controversia, el cine está a estallar, como no lo había visto desde mediados de los ochenta. Una sola entrada para el espectador que venga sólo, que voy a ser yo, claro, los que me preceden son cuatro. Mientras me dirijo a quien corta la entrada y a la sala, repaso en mente las criticas leídas, desde la de Zarzalejos hasta la última de David Torres, pasando por la de Ana Talletxea o Mikel Insausti, sin olvidar, claro la del Raúl del Pozo. Unos se quejaban de que la película era una serie de topicazos intoxicadores de la realidad verdadera de Euzkadi, y otros de que era rematadamente pronto para objetivar a los abertzales como héroes de un chiste sin humillar a las víctimas; los pocos hablaban del humor como elemento corrosivo de la realidad y lo psicológicamente rupturista que resulta en este caso particular. Ninguno ha hablado de la cinta en sí mismas sino e del reflejo distorsionado de sí mismo que le ha provocado la cinta. Y está bien, eso quiere decir que la película que me animo a ver en este instante es al menos y como mínimo transgresora.

Se apagan las luces, se inicia la película y ya, de pronto, me decepciono. No hay nada de lo escrito por tanto intelectual sagaz del abertzalismo esencial ni del españolismo asocial, sino, vaya, una simple comedia americana donde un chico encuentra una chica, la pierde, la recupera, la vuelve a perder y la recupera al fin. Revestido este esquema de toda la realidad cinematográfica mundial con la realidad del topicazo del elenco chistoso español. Cuidado, no se reviste el esquema con la realidad efectiva vasca ni menos, con la andaluza, sino con la realidad idealizada de forma deformante en el chiste grosero. No en balde la película se inicia con el protagonista del metraje contando esos chistes de gracia grosera en el escenario del escenario del film y la protagonista reaccionando de manera grosera en el film estoqueando con los mismos chistes. La imagen de este inicio lo marca Aitziber Garmendia, euskaldún a la que le pesa la peineta marmórea.

Este enfrentamiento inicial lo enfría el sexo. El sexo inexistente claro, porque la bebida Lago, que pudiera pasar por navarra por su poco culo y su espalda cargada al dormir, se ronca, rocosa. Y cuando se despierta, se larga. La hemos perdido, Rovira.

A ganarla se va a una Euzkadi que se transgrede a sí misma, y se deforma en espejo deformante. La Euzkadi de Vaya semanita, el programa de la ETB, capaz de acabar con los mitos sacrales de montes y relatos  Aitoricos. Os digo esto, porque está por ver que en un pueblo guipuzcoano todos sus habitantes tengan coches con matricula de Bilbao, por Dios. Y Rovira va a ganarla y ganarse a sí mismo, claro. Porque entra en Euzkadi con la versión negra y negativista en la mirada y sale de Euskadi, cuando pierde por enésima vez a la chica “morroska de Zestona”, con la mirada limpia de prejuicios y más amor que nunca; de la misma manera que le ocurrirá a Lago, cuando vaya a recuperar a Rovira en calesa y los del Río palmeando.

Y es que el film debiera servir para esto, principalmente, para que todo el mundo limpiara de prejuicios las gafas empañadas con las que nos amparamos al mirar la realidad efectiva. O dicho de otra manera, que quizás todos estemos viviendo en el tópico del chiste y tememos perder esa realidad del topicazo, por no enfrentar al otro y su vida. Pero hasta Koldo lo logra, a través del amor y el sexo, con la cacereña y aprende que un tricornio también es un cenicero. Koldo, el personaje interpretado por Karra Elejalde, iniciador de estas desmitologizaciones de lo vasco y lo gallego en la fantástica Airbag. Por cierto, que se merece un Goya por su comedida interpretación del Gargantúa bilbaíno trasladado a Guipúzcoa, es decir, de lo desmedido absolutizado. 

Una comedia americana revestida de la realidad desmedida del tópico regionalista español, que ha de servir para limpiar la mirada prejuicial de muchos sin ensuciar la de nadie. Y lo logra, porque en un cine de Valladolid se ríen las gracias, no del tópico sino las de desmitoligización del tópico y se aplaude, efusivamente, a final de la representación.  

Buscar más allá de esto, evidencias de desafuero políticos, o de cualquier otra índole, marca sólo la visión prejuicial a la que está siendo sometida una pura comedia, eso sí, con un par de toques Lubitsch.

Por cierto, uno de los personajes que nos habla a las claras de esa necesidad de la desmitologización es el del aitite Ignacio. Él como conocedor de la verdad de la mentira que se lleva a cabo, no se niega a celebrarla, pero se alegra de que no se celebre. Pide, que la realidad que hay que celebrar sea la realidad efectiva sin mitologías de ningún lugar. 

Que quizá es por lo que nos gusta a todos esta comedia sin lugar, utópica.

 

Degustar la lectura, el teatro y el amor/humor

Sobre el autor

Obscuro como él solo sabe serlo, seductor vespertino y a veces matutino.


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