Hay libros que marcan una época y a una generación, y, por ende, a cada individuo de forma parte de esa generación y casi, como quien quiere, de ese mismo libro. Un libro que, aunque no hable expresamente de lo acontecido a esa generación, la marca para siempre por las temáticas familiares y convecinales y casi carnales. Ese libro que a veces es muy conocido en el espectro literario mundial, y otras veces es un libro de amoroso deleite y cálida lectura. Un libro que de tan cercano diríase escrito por uno mismo. Revelo su título para que no estéis en ascuas, que parece esto un exorcismo positivo, si tal cosa fue posible y común.
Se trata de El otro árbol de Guernica, de Luís de Castresana.
Luis de Castresana nació en el barrio de Ugarte y vivió en Barakaldo y casó en una de sus parroquias, la que origina esta populosa ciudad, San Vicente. En su infancia, a Luis le tocó vivir la cruenta guerra civil, junto a sus hermanos y sus padres, que pertenecían a la Unión republicana, igual que su abuelo. En el transcurso de la guerra, cuando se acercaba el cerco a Bilbao y a Barakaldo, los padres de Luis decidieron que tanto él como su hermana embarcasen en la nave que Aguirre, el Lendahakari, había fletado para poner a salvo a los niños de Euzkadi. Luis es uno de estos niños junto con su hermana, que surcan las aguas del cantábricoatlántico en busca de una zona libre de minas y de bombardeos y de francotiradores, a esa Francia prebélica y a Bélgica. Nos narra Luis transformado en Santi la historia propia de su exilio forzado en ese barco que los dirige lejos, muy lejos de Barakaldo, de sus casas y de sus cosas, de los pasos que él dio en sus calles, hacia esa Bélgica donde se encontrará desarbolado. Esta es la idea central del libro, el hombre es como un árbol que precisa de una tierra donde crecer; y qué triste resulta cuando la tierra es dolor y separación, lejos de Vizcaya. No es de extrañar que Santi busque unas referencias en esa Bélgica donde vive su exilio que le retornen a su Barakaldo natalicio, a su aldea de Ugarte, a su pueblo y a su ciudad, Bilbao. Estos tres elementos serán el orfeón que construyen, la biblioteca, porque Santi quiere ser escritor, que es mejor que Pelotari, y el roble que se encuentra en el colegio de Fleury, que es precisamente el otro árbol de Guernika. De esta manera Santi va sobrellevando su exilio forzoso hasta que retorne a casa con sus padres. A la novela El otro árbol de Guernika le fue concedido en premio nacional de narrativa en 1967. Sería mucho tiempo después, cuando ocurriría el milagro de encontrar por la calle a Luis de Castresana y que pudiera hablar con él, en los últimos días de su vida. Por eso es una novela especial para mí, para mi generación, pues nos inculcó ese sentimiento de lejanía de la tierra, del Athletic, ese estar desarbolado. Un sentimiento que supo expresar muy bien no sólo Luis sino también un poeta gallego a su vuelta de Venezuela, Celso Emilio Ferreiro. Preguntado sobre qué le parecía las autonomías y su reconocimiento, en un local de Madrid, cuando ejercía de senador o congresista, se puso melancólico y morriñoso y contestó que Galicia se encontraba donde hubiese un carballo.
Esta digresión claro tiene su origen en un libro Lo que mueve el mundo de Kimen Uribe. Me acerqué a sus páginas porque me encantó Nueva York-Bilbao-Nueva York, y creí que encontraría una historia tan deliciosa y de aprendizaje como en éste. Lo que no supe es que iba a hallar la misma historia que la del otro árbol de guernika con un aderezo postoderno o transmoderno o así, que deshumaniza la historia que pretende relatar. Nada del sentimiento sanguíneo de Luis de Castresana en la novela. Así que, recorrido el primer capítulo, cerré el libro y me dirigí a los anaqueles en los que reposaba El otro árbol de Guernika, miré la dedicatoria y me dispuse a revivir con Santi la necesidad de ser arbóreo, que es eso lo que mueve el mundo y nos mueve por él.
Les invito a que procedan ustedes de igual manera.