Decía Aristóteles que se pueden poseer todos los bienes del mundo, contabilizar todo el dinero del mundo, que no sería suficiente para animar a vivir. Lo que nos anima a vivir, sin necesidad de poseer bienes ni contabilizar dinero, es la amistad. Puede ser esta la razón de que Aristóteles se suicidase una tarde en Calcis, tras moler el bulbo de la planta matalobos, que crece en las riberas de los ríos, a gran altitud.
Es curioso, había huido de una muerte segura a manos de los antimacedónicos, que le hubiera reportado un lugar entre los laureados de la historia, pero prefirió huir a la isla que vio nacer a su madre y morir lejos de los amigos. Sin amistad no hay vida, le entendemos, ¿verdad? E incluso nos advierte de que es imposible que exista una ciudad (un estado) sin la amistad – que es probablemente lo que falte en España, la amistad (sin imposición), para poder vernos sin aplicarnos la ley fugas.
¿Qué es la amistad? Alfonso X el sabio, más sabio por viejo que por monarca, que es la vejez lo que establece la amistad. Por eso en España dejamos envejecer, fundamentalmente, los licores, pero nunca los amigos, porque somos eidéticamente borrachos, pero no eidéticamente amigos. Si siguiésemos la tónica de vejez de Alfonso X, llegaríamos a ese concepto aristotélico también de la fatría (la hermandad), que es la estación final de la amistad.
Por cierto, que es el gran acierto de Ortíz – Osés, propugnar esa fatría universitaria, de amantes del cine de Bogart, de nuestra calle, familiar, porque nos obliga a mirar a lo nuestro, a lo que no se debe olvidar ni culturalmente ni antropológicamente – como por ejemplo las múltiples fiestas dedicadas a las Vírgenes que pueblan la península, y que van más allá de lo meramente religioso. En un baño olvidado en su higiene de una estación de tren abandonada en mitad de una meseta sin población, encontré un anónimo que decía “quédate”, la palabra más bonita en el vocabulario de un amigo, terminaba.
Sin embargo, en la meseta no se queda nadie; por eso es el auténtico lugar para tener muchos amigos, que es como no tener ninguno. En esto se empeña hasta Francis Bacon, pues cataloga de desierto al hombre sin amigos. Tampoco debemos caminar al lado del amigo fiel, pues caminos solos, como advierte Bartrina. Lo que me obliga a pensar sino sería Sancho un imaginario de Quijote, al igual que lo es Watson de Sherlock – a este lo podemos ver imaginando cosas víctima de la cocaína, ¿sería también Don Quijote víctima del bálsamo de Fierabras, inútil camello?
Boccacio había leído sin duda a Aristóteles en esa línea de crear desde la amistad la fatría, cuando explica que los lazos de la amistad son más de urdimbre que los de la sangre y la familia (la fatría está más allá de la mafia, porque no exige sacrificio como está) Desde luego, si buscamos la ciencia, no hay mejor lugar que la fatría, pues la ciencia no tiene mejor lugar ni otro del que brotar que de la amistad, y, además, ¡coño!, nos hace libres. Así que si hacemos caso a Aristóteles, Boccacio, Camús y a Ortíz – Osés, la fatría es el lugar donde el hombre adquiere los lazos más fuertes de amistad, de los que hace brotar la ciencia y la libertad, y, por ende, la justicia, pues la amistad sólo pide lo honesto, que es lo nuestro (como explicó Cicerón)
Tengo que admitir que esto de la fatría me gusta, porque los que te acompañan no son como las sombras de Dossi, tan falsas, y es como lo que pedía Duhamel, que si deseamos la amistad en cualquier lugar, debemos llevarla con nosotros mismos, como dulzura y poesía.