En un lugar donde le tiempo se detiene y el mar parece dar salitre al mal y a la distancia, asistimos a un concierto de Oscar Avendaño. Nos informaron de que tocaría en la playa de Montalvo de Portonovo; e imaginamos, con toda la libertad de la que arbitramos, que dispondrían un escenario en la playa y con una ola y otra ola nos mecerían los riffs de equilibrista de Oscar y lo reposados.
Eso, reposados sobre la arena…
En la playa no había nada más allá de arena y surferos que con tablas y neoprenos aguantaban la baja temperatura del mar. Uno de aquellos surferos nos indica con el dedo de engatillar la vida que el concierto de Avendaño se desarrolla en un cubo geométrico donde se come muy bien y que recibe el nombre de Kannion Surf.
Pocos pasos nos separan del local desde la playa, salir de la misma, cruzar el asfalto, traspasar el umbral, y tras la cristalera de un recibidor habilitado con mesas para yantar, han colocado un micro y Avendaño con su vieja guitarra y una caja de armónicas se dispone a probar su voz y todos los acordes que como dones, sus dedos atesoran.
Somos suficientes para formar un ambiente familiar y muy musical porque en mitad de este cubo tras la curva comen y se preparan para lo porvenir los Dead Wood, que serán coro de palmas y ojos sentidos en cada canción que va a ir surgiendo en buena vibración de las cuerdas nuevas de la guitarra acústica de Avendaño.
Oscar, controvertidamente serio, camina del cubo a su apertura y devuelta, introvertidamente hablante, a la espera del tiempo de la música. Sí, claro, porque si no os habíais apercibido de la movida, hemos aterrizado en este cubo de película para escuchar rock and roll.
Para quien cree que el rock ha sido fagocitado por la estrella de los concursos televisivos, es que no se mueve en estas venas alternativas que alimentan a los vampiros ávidos de limpieza de corazón, de dar hasta las entrañas y del tumbo del dado.
Creedme si os digo que las palabras más verbales que definen a la música que Avendaño no dio con la continuidad del Potlatch son sinceridad, liberalidad y sortilegio.
La sinceridad como ingenuidad, esa naturalidad en la expresión y en los movimientos que se realizan y con los que evidenciamos que hemos nacido libres y que no se acepta la imposición moral recalcitrante, que todo se entiende desde la órbita individual de quien viaja a carro de su guitarra y las notas como camino, ese free world, que diseminaba el bueno de Neil Young.
La liberalidad de quien todo lo tiene y nada le falta y lo da todo y más porque puede con cada canción. Es cierto que en sus canciones están todas las canciones y cuando las otorga a quien escucha le embadurna de demasiado oro. Con franca y larga mano para llegar al último arpegio, las notas que desgrana van dando buena cuenta de las cadenas que nos atan a los clavos ardiendo con los que morimos oprimidos por perseguir el orden y la legitimidad como lemmings.
El sortilegio, que es la manera en la que las sorguiñes o meigas nos deparan el futuro y hay que explicar que en las canciones de Avendaño hay mucha adivinación del futuro que nos aguarda por esas artes simbólicas que median la vida y la remedian, expulsando de la misma la casualidad.
Ojalá hubierais estado allí para escucharlo, como tuvimos la suerte los que acudieron a esta especie de Picnic at HungingRock, película que relata comoe en la inusitada placidez del paisaje idílico llegó la convulsión de la matanza, en Kannion Surf, en la playa de olas de surf, se abrió las venas Avendaño y nos alimentó de sinceridad para unos cuantos meses.
No me sorprende que haya quien establezca que es uno de los músicos de mayor recorrido en el futuro, y ya ahora, por supuesto.
PD. Gracias a los chicos del Kannion Surf por el alimento de alma y del cuerpo, claro.