En el Sonorama ha habido de todo. Porches y reproches, cosas que se alababan y recriminaciones a tutiplen. Siempre que hay gente, hay quien se indigna. Los más, no. Lo hemos pasado en grande. De verdad, la música generó una impronta a la Villa de Aranda que es muy difícil que a ésta le retorne como pátina al menos hasta el año que viene. La vida es lo que ocurre en el Sonorama y después nos invade el absoluto terror al vacío, a la nausea. Deberíamos erigir una estatua a Sartre.
Os digo que el primer día de conciertos fue estupendo, una espiral de olas y magnolias. Ondas do mar de vigo y magnolias de Aranjuez, lo destacable. Ferreiro, el otro Ferreiro, compendió en una hora un ejercicio de canciones misteriosas y envueltas en un hálito de intimidad que nos frotaba los ojos.
Las magnolias las repartieron entre los asistentes como un olor de familiaridad, como arte y naturaleza, los chicos de Rufus T. Firefly. Un sonido envolvente, hipnótico, para dejarse llevar de viaje en las baquetas de Julia, que es una de las mejores bateristas del panorama musical. Os remito al artículo que aquí mismo hemos publicado sobre ellos.
La música se fue sucediendo no demasiado deprisa, porque a todos los que allí se concentraban les encantaba disfrutarla como si esnifaran las notas del aire. Un aire de música y reconocimientos de las almas en esa música. Todo era faternidad musical. No creo haber dado más abrazos y haber congeniado más en la vida que en estos seis últimos días. Hasta con los de seguridad se congeniaba, y mira que es imposible.
Sin embargo, no solo la música y la fraternidad tuvieron cabida en Sonorama, también la retronostalgia. Si me acompañáis en primer lugar al escenario segundo en importancia y a las cuatro de la mañana, oiremos a Novedades Carminha, el grupo con gruppies más jovencitas que ni tienen acné. Este grupo quiere comparecer en la existencia musical como si fuera una revivificación de Siniestro Total. Sus letras casi punzantes y esa melodía pegadiza, nos hablan a las claras de ese intento. Además salen a la escena con disfraz, aunque no logran entrelazar lo contradictorio como obvio.
En fin, ris ras, con su mono de pintor todos menos uno de melopea. Querían epatar al personal con letras que hoy no encuentran acomodo, “o follamos todos o me tiro al río”, porque hoy supuestamente hay una educación sexual que lleva a una elección profunda y sosegada en esos temas, y no se viene de una penuria de revista porno. Este mono de faena se revestía del color oro del oloroso wisky que bebían a chupitos de botella. A tragos digo.
La canciones son eso, buenas melodías que nos impregnan la tonadilla pero que no van más allá. Les falta la mala leche patibularia de ST, eso que te convierte en una contrariedad hasta para el público, porque no aguarda que de la contradicción surja un orden subvertido. Los chicos de novedades Carminha vienen bien para una ocasión y hay se agotan. Su directo no da para más que saltar y hacer entrechocamientos cuasi neardenthales, como en las romerías nada románticas que se estilan en la galicia rural. No en balde uno de sus éxitos es “Amor rural”.
En fin, canciones para la retronostalgia del punkpopgalaico pero sin la mala leche patibularia ni las contradicciones subversivas que dieron patina y esplendor al mismo. Tanto da escuchar sus discos como verlos en directo, es lo mismo. Quieren ser subversión y no es sino barahúnda, aunque divertida. Se agradece tal por parte de las niñas de veintidós años.
Y hasta retronostalgia se sumaron exhumados Sexy Zebras. Tocaron a pecho descubierto, y pare de contar. Su música quería comparecer como sucia, nerviosa, cuasi esquizofrénica, pero resultaba del todo imposible porque no era explosiva la impostura en sus notas. Imitativos y nada rotundos, se ahogan en las letras y en la explicación de toda canción, imposible y una mentira. Querían parecer Escorbuto pero les falta la sinceridad de Yosu y les sobra tanta teatralidad inútil.
Al final esta retronostalgia le viene bien al marketing, que lo vende a pie juntillas y como un riñón.