El sociólogo y poeta o viceversa, o lo uno porque lo otro, ha reunido en un sólo volumen arquetípico la poesía que ha publicado a lo largo de su dilatada carrera, desde 1976 hasta el 2017. En lo pródigo de sus 1120 páginas nuestro querido amigo reúne sus libros Escritura en el agua, Edades de la tierra, Antemural, Usura es la memoria, Ciudad del ave, Labrantíos del mar, Cantos del escorial, Crónicas del océano, Cierta es la tarde, Puerta de salvación y un par de apéndices donde se compendian pregones líricos y los prólogos a los libros antologados.
Un tercer apéndice muestra una selecta bibliografía de trabajos que han estudiado la poesía de nuestro autor. El volumen de poesía ha sido publicado por la editorial Sial/Pigmalión en este mismo año 2017, en fecha tan señalada como el día del nacimiento de Dante Alighieri.
A Octavio Uña Juárez tuve la ocasión de conocerle y entrar en contacto con su manera de estar en el mundo en el año 81, pardiez, cuánto tiempo el que ya ha transcurrido. Él me enseñó que la vida no es Ser sino Estar, que es lo que conduce al Hacer.
En aquel momento, cuando este hombre amable e ínclito, ya ilustre y reconocido, entró por la puerta de un instituto de secundaria como catedrático de filosofía y justo fue a dar en mi clase, lo que me llamó la atención de manera inmediata no fue sino, su palabra, la capacidad para nombrar todo lo que en el mundo había y más, lo que la mente contenía, y más, nombrar todas las cosas que aún sin nombre se removían en el alma.
La palabra que deslumbraba a cada instante dictada al voltear de las cabezas. Metáfora excelsa y clarividente que escrita en la pizarra se derramaba sobre la mirada asombrada de aquellos alumnos no acostumbrados a tales alardes de comunicación. Que esa era su especialidad, la comunicación y la iluminación de las almas. Por eso no extraña que su antología se denomine Iluminaria.
Iluminación por el conocimiento. Esparcir el conocimiento como quien labra la tierra, y el mar. Compré el primer libro de poemas de Octavio en aquel momento, finales del 80, Castilla, plaza mayor de soledades, un poemario de adobes, y pude comprobar cómo era una poesía que quería hacer de la palabra, conocimiento y esparcirla como semilla por la agrietada tierra de Castilla y, a la par, reflejar la apesadumbrada y pesada tierra castellana. Una palabra iluminativa: ilustrada y lustrosa.
Ilustrada porque se centra fundamentalmente en la naturaleza, que tiene un nombre, Castilla; y en la bondad humana, las gentes de Castilla. Una admiración con la mirada aristotélica siempre ceñuda que se centra en la contemplación de la realidad de Castilla, una mirada asaz filosófica en la contemplación y recuerdo de Castilla. De la Castilla hoyada y la Castilla hoyadora. Pero siempre con la mirada puesta en la piedra, en el aljibe, en el adobe. Sin olvidar nunca que esa visión de Castilla se realiza a través de la palabra. (Yo siempre te amaré, palabra/Siempre/ te llevaré conmigo hasta los parques/en la tarde)
Si algo aprendí y creo que sí, de aquella lectura franca e inocente, de una mirada de crío de 16 años hacía unos versos de madurez de vino, es que lo esencial en la mirada a la naturaleza y a la gente es esa palabra admirativa y cargada de conocimiento filosocioteológico. Esta mirada admirativa conlleva una racionalización de lo ctónico que anida en las gentes de Castilla, una depuración de las supersticiones, del fanatismo religioso en pos de un Deísmo natural, de una naturaleza deificada (Yo te pensé en la luz, /acostumbra a júbilos ágiles de los párpados/ ¡Oh extraña posesión la de esta luna llena de tu cara)
De la misma manera, esa palabra ilustrada y lustrosa quiere enseñar a Castilla la necesidad de que se aleje de esa política absolutista que ha mantenido durante siglos, una política basada en la posesión; y mostrarle más bien el camino de la necesidad de apertura al mundo, pero sin posesión ni enseñoramiento. Sí, apertura, esa apertura comunicativa que tan bien describe el Octavio sociólogo con la mano de maní de Jaspers.
Ya veis que la Iluminaria del título es la iluminación ilustrada.
La palabra lustrosa de Octavio Uña, una palabra que brilla como los campos amarillos del pan cuando el sol en su álgido esplendor los engrana aún más si cabe, una palabra sana, saludable, que se ha de comer como se toma el pan en la mesa, sin tacha y como se toma el pan ante el altar, con limpieza de corazón. Porque la palabra sana es palabra singular y preclara.
Digamos sólo que es buen momento de publicar esta compilación de los libros de Octavio, porque la singularidad de sus temas y de su palabra, ha de advenir en gloria y perlas a este mundo que ha perdido su ilustrada conciencia, por mor de una libertad expresivista, confundida con libertad de expresión culta. Una poesía que conducirá a un nuevo y joven lector por las sendas garabateadas del instante, a la búsqueda de la belleza y de esa verdad estética que no estática y que se aguarda en los lotos filosóficos.
La palabra de Octavio encandila y durante horas uno pasearía a su lado escuchando esa palabra ilustrada y lustrosa, convenientemente aderezada de odisea y canto. Iluminaria es ese paseo por las plazas mayores de Castilla, por la soledad de Castilla en la buena compañía de la palabra cognoscitiva de Octavio Uña.