Hasta ayer, el libro que leí y que versaba sobre el mundo del circo, llevaba por título “La sonrisa al pie de la escala”, de Henry Miller, un payaso que está triste porque quiere ser trapecista. Tenía noticias del proyecto de una novela titulada “El fabuloso circo River”, de Cecilia Rojas, pero creo que se trataba de tomar la vida del circo para hablar del tedio, la soledad, etc. Pero para esto tanto vale el circo como la fórmula 1. También tenemos la novela de “Agua para elefantes”, que va de un tipo que compra circos de saldo y en el último que adquiere le viene de atrezo una elefanta pequeña y juguetona. O “El circo de la noche”, de Morgenstern, pero que va sobre dos Harry Potters en duelo perpetuo perfecto.
A partir de ayer finalice la lectura de la novela que no lleva el circo en el título sino en la tinta de cada palabra escrita, en cada personaje que desfila por sus páginas, en las miradas de amor de los protagonistas, Mientras los murciélagos duermen, de Emilio Aragón Bermúdez. Creo hoy que esta es la novela del circo y circense por sí misma.
Esta novela consigue que rememoremos los buenos tiempos del circo, sin nostalgias, en los malos tiempos actuales, de crisis, donde el circo no tiene ni lugar. Y ahí radica el interés de la novela, que va a tratar sobre el tema del circo sin aditamentos, no de la soledad o de la muerte llevadas al circo, sino del circo y sus intríngulis. Pero como os digo, es el circo el real protagonista de cada una de las líneas e historias que conforman la novela. Sus protagonistas son todos ellos viejas glorias de cada una de las habilidades circenses, viejos que se morían olvidados en una casa de artistas en una época de crisis, de guerra, la Alemania Nazi. Para vivir en esa casa de artistas han tenido que entregarlo todo aquello que poseían de tipo material y sólo les resta como ánima sus habilidades circenses. Unas habilidades que vendrá a rescatarlas un “ángel de remordimientos”, el protagonista de la novela, Barrachina, trapecista y joven. Barrachina que vive su vida circense al borde la muerte por culpa de la muerte misma, culpable como se siente del abandono de un amigo en el frente.
La belleza de esta novela consiste en el viaje que inicia Barrachina con esta troupe a la búsqueda de su pista circense, que es tanto como la búsqueda de la identidad perdida el día que se encerraron en la casa del artista. La identidad, en una época de crisis como la que vive la Alemania Nazi y Europa, resulta que puede suponer la salida de la crisis.
La recuperación de la identidad sólo se produce con la vuelta al/del circo, al de siempre, a aquel que no deja espacio al aliento del espectador, que lo corta porque todo el mundo se juega la vida en cada salto, en cada juego de habilidad.
Y claro, como no puede ser menos, el circo tiene sus trucos de atención, sus excusas argumentales, los macguffins de Hitchcock. El sobre marrón, la peripecia de Adler (con nombre de psicoanalista, el pobre), las botellas de licor celebrativo, el órgano que se desplaza, la misión que encomiendan a las SS, el piso franco de París (que bien vale una orgía), excusas y exclusas para que avance la acción y que lleguemos a lo que realmente interesa, la recuperación de los actores circenses en plena función y cada función a mayor gloria de los compañeros que van desapareciendo (como macguffins también) Y aquí el dominio de Emilio Aragón es innegable.
Y también destaca en la escritura de la novela la utilización cinematográfica del circo de algunos directores como Fellini, o, incluso, los Hermanos Marx. Hay pasajes deliciosamente fellianos, donde los viejos artistas van de acá para allá en sus antiguos bártulos circenses y deliciosas escenas marxianas, donde todo es caótico y delirante.
La originalidad de la novela se ciñe a los dos personajes que dirigen este viaje de farándula y muy trapecista nuestro. Unos hermanos gemelos griegos que tanto valen para causar un roto y desarreglar un descosido, con la finalidad de lograr el objetivo final de la novela, que el ángel del remordimiento, a través de la angélica belleza de su pareja de espectáculo (y de la vida), alcance a ser sólo angélico. Ellos dirigen, corrigen, reescriben, apuran, silencian o iluminan la escritura, la acción, la novela, al lector. En los mismos, y mientras iba leyendo página a página este deliciosa novela, veía representados, personalmente, a los hermanos Tonetti, los payasos más serios que vi actuar, capaces de reescribir la vida de los que iban a verles actuar y componerla con una sonrisa, cuando ellos llevaban su vida como una flor del traje del payaso augusto o el saxo falso del clown.
Una novela del circo a secas, deliciosa, que se inicia con el apetito de la identidad de una serie de habilidosos actores circenses y que finaliza cuando estos llegan a su paraíso, no sin antes hacernos pasar un tiempo arrebatador con esas desgracias teatrales que nos hacen creer.
JM. Prado – Antúnez