Me levanté por la mañana y el reflejo del espejo me devolvió una sonrisa tan amplia como la de la Gioconda. Ni corto ni perezoso, vestido como la noche anterior, a la calle salí con andares garicuperescos. Casi que sonaba una canción que acompañaba a mis andares y con quien me cruzaba así lo saludaba. Lo hice con el frutero, con el carnicero, con el jefe del lupanar de la esquina, a todos los salude, y no evite ni a la peluquera desmedida en sus comentarios cuasi suicidas, por cotilla.
Una hiperintensidad vivencial porque acababa de declarar el estado de complaciencia definitivo. En fin, que mentiría bellacamente si no dijera que tal hiperintensidad la conseguí ya la noche anterior, en Valladolid. Sobre el suelo de la LAVA blanca, mirando al escenario, donde deshilvanaban sin nostalgia, sus clásicos y expresivos temas, la banda viguesa Siniestro Total.
Sobre la LAVA un concierto magmático. En aquel emblemático lar, se abrieron fallas, se fracturó la corteza sobre la que nos manteníamos en pie, y fuimos recubiertos por ese magma y sucedió como que nos renovaba la vida. Y más renueva cuando más pasa el tiempo y se enfría esa masa ardiente, que es cada canción que se desgranó. Así que la mañana de hoy era una mañana de renovación.
Pero sin nostalgia, no desde la nostalgia. La nostalgia es como esa niebla barskebiliana que todo lo deforma y nos propone una mediación de espejos farsantes. Sí con morriña, que no altera lo ocurrido. ¿Cuándo? ¿Dónde? Lo ocurrido entre 1979 y 1988, cuando ocurrió que los babybumss iniciamos un viaje bajo la lluvia hacia un mundo sin atrocidades ni leyes, donde la república era una palabra que provocaba un cosquilleo en la garganta y, la final, perdimos la inocencia primigenia que nos inundaba en cada día de revolución latente. Entre Vigo, Madrid y Bilbao, el triángulo de las complicidades.
Complicidad es la palabra que define a la perfección la música de Siniestro Total. Co – implicación es su base: hacer que todo el mundo se sienta representado en la interactuación musical, con la misma responsabilidad y en la misma equidad. Así cuando comienzan a sonar las notas del himno de la URSS entremezcladas sucedáneamente con las primeras notas de Miami Vice, todo están en esa fase de expectante aliteración alternativa a la oquedad del mundo actual.
Las canciones de Siniestro Total son como la escalera de Tristán Tzara, que nos transportan a la repisa de un cielo de hachas y despertadores. Las hachas de aquellos que abandonaron cualquier pretensión de seguir una vida competitiva con el mundo en general y los despertadores que abrían a una visión de la realidad contemplativa. Las canciones de Siniestro Total, desde Rock en Samil, con la que abrieron el concierto, hasta a aquella que lo cerró, Somos Siniestro Total, bañaron a los asistentes en el ácido de la morriña y los helitransportaron a aquella aldea de libertad inaudita e increíble que fue España desde el 80 hasta el 88, los revivieron y a algunos hasta nos resucitaron a nuestra renovada adolescencia.
Aquello se desgranaba nota a nota igual de bien e igual que siempre, aún la ausencia de Ángel González, como un arrebol de granizo que despertaba a los asistentes de su zombización en estos lares inútiles del siglo XXI. Cada canción, treinta y seis años de canciones, era un vuelco mental para quienes anduvieron por el mundo con los dedos consolados en teclas virtuales provocado por una furia intransigente, que se notó tal cual era, en Bailaré sobre vuestra tumba. La diversión inundando los corazones de los presentes directamente y muy discretamente surtida por el alma de niño que aún aflora del trato consuetudinario que otorga Julián Hernández al respetable. Alma de niño un tanto maleada por la vida de músico popular.
Siniestro Total es un orballo continuo, finito pero ilimitado, como el mismísimo universo. Siniestro Total es un orballo de cinco gotas repletas de fertilidad instantánea, que componen en los sujetos que los atienden una sonrisa de mayo del 82, una sonrisa de revolución por construir para dar lugar a una vida genkellysta: pisando todos los charcos, los habidos allá en la memoria, los idos de marzo y los sobrevenidos en abril.
Cinco gotas que golpean incombustibles con sus mástiles de afinamiento las dormidas conciencias del respetable: Soto y Avendaño, Beltrán y Cunha, que dispara ráfagas de viento gallego, ese que fertilizaba a todo lo que tocaba. Es necesario acudir a los conciertos de Siniestro para llenarse totalmente de ese estado de fertilidad permanente, para poder componer sonrisas de ruptura social. No escatiméis vuestras oportunidades o engrosaréis la larga lista de los parecientes zombis que nos rodean de lelo reír.
Y que no abdiquen jamás. Eso.