Es muy difícil escribir novelas de detectives sin caer en la copia ridícula de aquellos detectives cínicos que tan bien interpretó el valiente de la dura cara dura lex, Bogart, ese Sam Spade, de Dashiell Hammett, que todo lo puede porque la vida le propone el camino a seguir y él le va a la contra. Otros detectives han tenido suerte porque venían del frío y nadie los conocía, pero ya resultan cansinos. O bien porque no se tomaban en serio a sí mismos y parodiaban la parodia de Spade padre. O bien porque tomaban derroteros políticos como Pepe Carvalho, por no olvidarnos, no nos olvidemos ni de Méndez. Antonio Civantos, el escritor de Trujillo, nos presenta la quinta entrega de su saga creada a mayor gloria de su particular detective Blume.
Blume es un detective tan particular que ni siquiera le interesa nunca el caso que le han encargado, y mirad, ahí radica el interés de este personaje. En efecto, le llaman, le contratan, le encargan un caso, pero él, como que no quiere la cosa, pasa. Entiende y nos hace participes, que el caso se va a solucionar por sí mismo y que él se puede dedicar a otros menesteres, como las mujeres, la digestión y la habitación para el humo. No es que se integre el sexo y la gastronomía en el desarrollo de la función detectivesca, como hace Méndez o el propio Carvalho, es que el sexo y la gastronomía es la función.
Y he ahí la belleza de la novela, que el detective puede dedicarse a presentarnos a sus amigos y correligionarios, como en una eclosión musical final, donde el cantante presenta a sus músicos, con la particularidad de que aquí, se presenta al miserable, al hundido, al canalla, al pobre diablo, a la condesa descalza, a la puta calzada, al pasota integral, al que le resulta indiferente vivir y al que vive de manera indiferente, al que posee la pasta y que se suicida por la pasta,e, incluso, al filósofo agobiado por las deudas y la cárcel. Es más importante todo este espectáculo circense que el propio asesinato, si es que lo ha habido, que Venecia sin mí, o los puentes que se tienden para que cualquiera se rompa la crisma.
Y mira por dónde, damos con la originalidad de la novela, un detective que no es detective sino una persona normal y corriente que se hace pasar por detective para que reconozcamos su propia piel como la misma nuestra, es decir, que todos mentimos y matamos y morimos y multamos y miccionamos en la realidad que se nos muestra y no vemos lo que realmente nos importa hasta que alguien nos lo arrebata porque nihil medium est. Cuando iba finalizando la novela y cerrándola, se acababa, me entró una tristeza emocionante, quería que no finalizase porque me estaba divirtiendo con ese juego de naturalezas pregnantes, hasta con la del promotor pugilístico. Así que cierro esta crónica de la novela de Civantos con ese adagio latino tan recurrente tras un buen coito, post coitum, tristitia. Tras leer la novela de Civantos, la tristeza, porque igual no se encuentra una novela más como ésta, o mejor dicho, la tristeza de la insatisfacción, porque siempre se desea más, y, por ello, la frase se transforma en esta otra, tras la lectura, el gozo por la espera de otra novela a esta manera escrita.
Así que Blume, ponte a la labor: franco, visible y con valor
JM. Prado – Antúnez