Acabo de leer ayer noche la nueva novela de Rafael Reig, Lo que no está escrito. Advierto de algo innecesario de comunicar, está escrito con la redondez que Parménides exigía para el ser, y para el lenguaje, claro, porque el ser y el lenguaje son la misma cosa.
Digo que terminé de leerla ayer noche, sábado, y la compré a crédito e viernes, como veis, han transcurrido menos de veinticuatro horas, y descontad la hora y media que gasté en disfrutar de un partido de fútbol que jugaba mi hijo, y otra hora y media de disfrute de una obra de teatro y el libro lo leí en menos tiempo que se tarda en leer su solapa. No perdáis el tiempo en la misma y lanzaros al texto.
Lo que no está escrito, y de inmediato el título me remitió forzosamente a Sócrates, empeñado en no escribir porque sólo tenía sentido en el tiempo lo que se decía – la palabra hablada más significativa que la palabra escrita. Claro, esta última tiene el lastre de que no es sino signo simbólico y re – significa en exceso, pues, cuando escribes lo que ves, lo que oyes, etc., hasta lo que dices, lo reconviertes en una metáfora que permite a quien lo lee, establecerla con el significado que prefiera.
Lo que no está escrito, y de inmediato de Sócrates saltamos a Platón y a su mundo de las ideas que es donde está lo que no está escrito y que se presenta como la Verdad única de bondad y belleza. Pero el mundo que no está escrito a la ve que es un mundo único se expande en tres mundos a la vez, a saberse, el mundo de las Ideas/Formas, el mundo de lo intermediado, y el lugar de la nescencia, la falta absoluta de ciencia, que se relacionarían con los tres tipos de hombres, que son los vivos, los muertos y los que andan en la mar. Correspondencia entre los mundos y los hombre en sus tipos la hay, y por ello, los vivos son aquellos que andan en un mundo intermedio, los muertos o más bien zombies, son aquellos que viven en la nescencia con la creencia de que es la realidad única y los que andan en la mar, claro, los que contemplan henchidos de orgullo la realidad verdadera y única.
La novela de Reig, lo que no está escrito, se va a desarrollar en estos tres mundos con estas tres clases de hombres pululando por la novela como poluciones en una noche de insomnio. La muerta que se cree muy viva y que vive en una nescencia absoluta tomando como verdad sus propias creencias entresacadas de los símbolos de los que le ha poblado su mundo un técnico novelístico; los prototipos eidéticos muy vivos que se desarrollan su vida en la inteligibilidad absoluta propuesta por una mente preclara y los que andan en la mar subiendo y bajando de la cresta de la ola a la llanura de la misma de descubrimiento en descubrimiento de su propia afectividad. Y, por supuesto, estos tres mundos nunca se juntan ni se unen o se manifiestan como son para que nos quedemos con uno de ellos, el de los prototipos eidéticos, claro, donde todo ocurre con la necesidad de los que ya ha sido conocido y es ahora re – conocido.
Y como en todo lo que vivimos re – conocemos los ya vivido y conocido, siempre creemos conocer más de lo que realmente sabemos.
Lo que no está escrito es una novela que fundamenta el interés y su originalidad precisamente en este juego de espejismos entre lo Real y lo imitado que se va prodigando en los tres ascensos al Ser que promueve la novela, como la escalera que encontramos en el museo do pobo galego, en un juego dialéctico ascensional, y que en su parte descensional, también como una exigencia, se hace catártica, pues es salvífica.
La lectura se hace potente, significativa y realista desde el momento que nos proponemos ser un Platón para estos Sócrates que deambulan por la novela y nuestro autor, Reig, lo que no está escrito.
El domingo por la mañana me erguí de la cama y en el baño intuí que quizá el autor también pudiera haber querido que realizáramos una lectura psicoanalítica, desde el complejo de Edipo, pero es tan obvia y el piscoanálisis tan rampante, que me resulta inconveniente creer que el autor la quisiere. No, no la hagáis, se pierde el placer de la re – significación simbólica.
JM. Prado – Antúnez