>

Blogs

Alfonso Balmori Martínez

Campo a través

El ecosistema que llevamos dentro

El ecosistema que llevamos dentro

Publicado en El Norte de Castilla el 3/2/2014

Aunque no las vemos viven sobre nuestro cuerpo, apiñadas en la piel, las mucosas, el tubo digestivo, el tracto urogenital, la boca, los orificios nasales… Por eso, en realidad, cada uno de nosotros somos una especie de “superorganismo”, un ser plural poseedor de 1014 células microbianas que constituyen el 90% de las células del cuerpo y están íntimamente asociadas a nuestros órganos y tejidos. Esta comunidad microbiana desempeña importantes funciones: produce vitaminas y aminoácidos esenciales, interviene en la utilización de sustancias indispensables, como la glucosa o las grasas, y puede condicionar la vulnerabilidad frente a ciertas enfermedades infecciosas o inflamatorias e incluso a la diabetes, las alergias y el cáncer. No solo modula nuestra salud, también influye en el estado de ánimo y bienestar, ya que libera neurotransmisores (moléculas que intervienen en la sinapsis neuronal) como la serotonina y la acetilcolina que actúan a nivel de las terminaciones nerviosas. Gracias a los proyectos internacionales en marcha, como el “Human Microbiome Project” (HMP), el avance en el conocimiento de los microrganismos asociados al hombre y su relación con la salud está siendo espectacular.

En la cavidad bucal se han descrito varios cientos de especies de bacterias repartidas en diferentes “hábitats” dependiendo de su localización. La comunidad de la saliva de personas sanas está compuesta por varias decenas de especies y, a pesar de su elevada acidez, el estómago también contiene una rica comunidad bacteriana. El tramo más bajo del intestino mantiene la densidad más alta de microorganismos que nos protegen contra daños en el epitelio intestinal y contribuyen al desarrollo de un sistema inmunitario adecuado. 

Como en los ecosistemas visibles que conocemos, para estudiar la comunidad microbiana asociada al ser humano se están aplicando los principios y aproximaciones de la Teoría Ecológica, lo que puede mejorar la prevención y el manejo de la enfermedad. Las comunidades sanas (personas saludables) presentan mayor diversidad, muestran más resistencia a las perturbaciones y su composición tiende a permanecer constante. Los cambios en la higiene, la ingestión de antibióticos, la exposición a químicos y a radiaciones, las alteraciones de la dieta y el estilo de vida producen modificaciones de la comunidad microbiana que pueden volverse contra nosotros mismos. Estos hallazgos ecológicos tienen importantes implicaciones para la microbiología médica y el desarrollo de los tratamientos.

Como proponen los investigadores Courtney Robinson, Brendan Bohannan y Vincent Young de las Universidades de Michigan y Oregón en su trabajo publicado en “Microbiology and Molecular Biology Reviews“, que ha guiado la preparación de este artículo, debe modificarse el paradigma que veía la terapia contra la enfermedad infecciosa basándose en la metáfora de la guerra, en la que los microbios patógenos son considerados un enemigo que necesita ser eliminado para conseguir restablecer la salud. Hasta tiempos recientes, para ganar la guerra a la enfermedad se consideraba necesaria una “escalada armamentística” en forma de antibióticos de mayor eficacia y más amplio espectro de actuación. Sin embargo, como hemos aprendido a lo largo de la historia, esta forma de actuar provoca daños colaterales sobre espectadores inocentes (lo que serían las víctimas civiles de la contienda, siguiendo con la metáfora de la guerra), e incrementa el coste del éxito en el campo de batalla. En términos de la comunidad microbiana, la pérdida de bacterias beneficiosas, el aumento de la resistencia a antibióticos, la aparición de oportunistas e invasores y un aumento de enfermedades alérgicas y autoinmunes serían algunos de estos daños. Todo apunta a que está surgiendo un nuevo paradigma para la prevención y tratamiento de enfermedades provocadas por microbios. La metáfora de la guerra deberá ser paulatinamente reemplazada por nuevas prácticas donde el manejo (gestión) será el concepto clave. Con esta nueva visión, el cuerpo humano puede ser comparado con un Parque Nacional. Cuando una comunidad microbiana simbionte ha sido alterada, una aproximación terapéutica de restauración ecológica racionalmente diseñada, basándose en el conocimiento de su ecología, puede ayudar a restablecer su equilibrio.  

Los miembros de las sociedades occidentales huimos de considerarnos un óptimo sustrato de bacterias. Existe cierta tendencia a tener todo desinfectado, incluidos los ácaros de la almohada o el colchón, y consciente o inconscientemente ignoramos lo que llevamos dentro: un verdadero y complejo ecosistema que nos acompaña allá donde vamos. La cuestión trascendental es que, soslayando nuestros reparos y prejuicios culturales, necesitamos a esa comunidad invisible mucho más de lo que pudiéramos pensar, lo que debilita la extendida idea de especie superior que tanto nos satisface.

Desde el punto de vista de la salud física e incluso espiritual es bien conocida la necesidad de disfrutar de un medio ambiente sano, pero también en el interior de nuestro organismo la medicina y la ecología deben ir de la mano. Estamos integrados en la naturaleza, formamos parte de ella y ella forma parte de nosotros… El rápido progreso en el conocimiento de estos ecosistemas tan íntimos puede constituir un avance en el camino de la reconciliación de la mente humana con las leyes de la naturaleza para dejar finalmente de perjudicarla fuera y dentro de nosotros mismos. 

Temas

Este blog versa especialmente sobre la conservación de la naturaleza.

Sobre el autor

Soy biólogo y me gusta escribir. Pertenezco al pequeño grupo de ingenuos que todavía piensa que el estado de las cosas puede cambiar mediante la transmisión del conocimiento, la educación y la cultura. He publicado artículos en El Norte de Castilla desde el siglo pasado, siendo colaborador asiduo del periódico entre 2005 y 2010.