Artículo publicado en “El Norte de Castilla” el 18 de abril de 2019
Mientras empezaba a redactar este texto, en “la 2” de la televisión pública se programaba el documental “Móviles, armas de adicción masiva”. Hace más de diez años, publiqué en la revista de la Asociación Proyecto Hombre el artículo: “La adicción al teléfono móvil: ¿existen mecanismos neurofisiológicos implicados?”, que en su día pasó prácticamente desapercibido, y que actualmente reúne unas cuantas citas en publicaciones internacionales. Según todos los indicios, la adicción a las nuevas tecnologías en la actualidad ya se considera un problema.
Respecto a la problemática relacionada con las antenas de telefonía y la salud, hasta ahora solo se preocupaban por ello un puñado de afectados prácticamente invisibles para la sociedad. Pero en breve, si nadie lo remedia, todo cambiará. Todos vamos a ser afectados porque cada 150 o 200 metros será necesario un repetidor de señal, frente a los 400 – 800 metros de distancia entre antenas que se precisaba con los sistemas anteriores. Se calcula que el número de antenas necesarias deberá multiplicarse por entre 4 y 9 veces, pero existen modelos que sugieren que podrían necesitarse hasta 30 veces más.
Las mentes tecnológicas, ensimismadas con sus redes y sus ondas, olvidan que los seres vivos somos complejos sistemas biofísicos, que interaccionamos con el exterior, y en particular con los pulsos de baja frecuencia que caracterizan a las ondas polarizadas de origen humano. Todo indica que no alcanzan a comprender, no ya los graves impedimentos ambientales y sanitarios que algunas personas y asociaciones llevamos veinte años denunciando con poca fortuna, sino incluso los problemas puramente técnicos que pueden surgir.
Las leyes físicas nos dicen que cuanto más elevada es la frecuencia de una señal electromagnética, peor se propaga y tiene menor capacidad para penetrar a través de los obstáculos que pueden limitar la difusión de esas ondas milimétricas. Además, la propia atmósfera tiene componentes fundamentales con características propias, como el oxígeno y el vapor de agua, con los que indudablemente estos expertos deben contar. El vapor de agua ocasiona una pérdida de la señal a 24 GHz, mientras que el oxígeno constituye un impedimento para su transmisión a 60 GHz. Eso, sin entrar a valorar el apantallamiento de la lluvia, los edificios, los árboles o incluso las personas, que actuarán como barreras muy importantes para la propagación de las ondas a las frecuencias en el rango de los Gigahercios que se pretenden utilizar (en algunas zonas de Centroeuropa se están empezando a podar los árboles para facilitar la transmisión de la señal 5G).
En palabras de Brian Santo, que ha escrito sobre ciencia y tecnología durante más de 30 años y es editor jefe de EDN (La Red EDN es una comunidad electrónica internacional de ingenieros y para ingenieros, como ella misma se define): «A medida que los operadores de red despliegan furtivamente los servicios 5G, la industria de las comunicaciones celulares está aprendiendo sobre la marcha, encontrando un desafío inesperado tras otro. Es más difícil de lo que habían anticipado y, en respuesta, están incurriendo en mayores costos de inicio de los que originalmente habían presupuestado».
Los ciudadanos de a pie lo notaremos porque nos obligarán a cambiar, por segunda vez en cuatro años, las antenas receptoras de televisión, para liberar la banda del espectro de frecuencias que utiliza actualmente. Mientras tanto, Pedro Sánchez se ha comprometido con el despliegue del 5G, a pesar de que no se ha escuchado a nadie aún que necesite con urgencia esta nueva tecnología. Una cuestión es la importancia y el apremio de que internet pueda llegar bien a las zonas rurales y otra diferente es que para ello sea necesario el 5G.
Cuando termino de escribir este artículo, me llega la noticia publicada el 1 de abril en “The Brussels Times” con el siguiente titular: «Los planes para un proyecto piloto para proporcionar internet inalámbrico 5G de alta velocidad en Bruselas se han detenido debido a los temores por la salud de los ciudadanos». Céline Fremault, Ministra de Vivienda, Calidad de Vida, Medio Ambiente y Energía de la región de Bruselas ha afirmado: «No puedo aceptar esa tecnología si no se respetan los estándares de radiación, que deben proteger al ciudadano. Los ciudadanos de Bruselas no son conejillos de indias cuya salud pueda venderse por un beneficio. No podemos dejar ningún margen a la duda».
Según parece, la realidad no puede amoldarse a los antojos de nadie, por muy poderoso que se considere. El ombligo tecnológico considera espacio radioeléctrico nuestro propio cuerpo, del que quiere apoderarse, ignorando determinados aspectos biofísicos de los seres vivos, y probablemente de la física y la química de la atmósfera. En mi opinión, están confundiendo lo que les gustaría que fuera con lo que en realidad es.