Artículo publicado en “El Norte de Castilla” el 22 de febrero de 2016
Mientras los ríos de la meseta amenazan con inundar las vegas que siempre fueron suyas, arrebatadas en algún caso por proyectos institucionales manifiestamente ilegales, una nueva crisis sanitaria trae hasta nosotros el recuerdo de la gripe aviar (2005), la gripe A (2009), el temido ébola (2014) e incluso de las diez plagas de Egipto (aprox. 1500 a. C.).
El virus del zika se identificó por primera vez en los bosques de Zika, Uganda, en 1947 en un mono Rhesus, cuando se estudiaba la transmisión de la fiebre amarilla en la selva. Análisis serológicos confirmaron la infección en seres humanos en Uganda y Tanzania en 1952, pero hasta 1968 no se logró aislar el virus con muestras provenientes de personas en Nigeria. Desde febrero del 2014, nueve países de América han ido confirmando la presencia del virus zika en su territorio: México, Guatemala, El Salvador, Colombia, Brasil, Surinam, Venezuela, Paraguay y Chile.
La enfermedad provocada por este virus ha sido considerada tradicionalmente relativamente benigna y nunca antes se había asociado con problemas en los fetos. No existen datos anteriores en ningún lugar del mundo ni en la literatura científica sobre la relación del virus zika con cualquier tipo de malformación congénita, incluso en zonas donde infecta al 75% de la población.
Sin embargo, en diciembre de 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió una alerta epidemiológica contra el virus zika por su posible relación con la microcefalia en recién nacidos y otras enfermedades congénitas, y el 1 de febrero de 2016 declaró al virus zika como una emergencia sanitaria global.
Algunas asociaciones de médicos argentinos y brasileños, que parecen mantener la conveniente ‒quizás indispensable en los tiempos que corren‒ independencia respecto al discurso oficial, advierten de la tenue sospecha de que el insecticida utilizado para controlar el mosquito vector de la enfermedad puede ser el causante de los casos de microcefalia achacados al virus. En este caso la “cura” podría ser realmente “el veneno”, y esto es lo que plantea Claire Robinson en un reciente artículo en The Ecologist.
El Piriproxifen que, según el vademécum fitosanitario, tiene el engorroso nombre químico: (4-fenoxifenil) (RS)-2-(2-piridiloxi) propil éter), es un derivado de la piridina con actividad insecticida por contacto e ingestión; se comporta como una hormona juvenil, actuando sobre el crecimiento de los insectos y se ha utilizado en Brasil desde 2014 para detener el desarrollo de las larvas de mosquitos vectores del zika en los depósitos de agua potable. Las malformaciones detectadas en miles de niños, hijos de mujeres embarazadas, se han producido en zonas en las que el estado brasileño añadió piriproxifeno al agua potable y esto no parece una coincidencia, a pesar de que el Ministerio Brasileño de Salud culpa de la responsabilidad directa al virus zika.
El indicador más poderoso de que la microcefalia puede tener otra causa totalmente diferente al virus zika fue desvelado por Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, el 6 de febrero de este año en el diario colombiano “El Heraldo”, y su eco fue recogido en The Washington Post. El mandatario informó de que en dicho país no hay ningún caso de microcefalia asociado al zika, que se han comprobado y registrado 25.646 casos, se han diagnosticado hasta el momento 3.177 mujeres embarazadas con el virus zika, pero que en ningún caso se ha observado microcefalia en el feto. Parece complicado explicar que el mismo virus se comporte de manera tan diferente en dos países tan próximos…
El Piriproxifen es relativamente una nueva introducción en el entorno de Brasil; el aumento de los casos de microcefalia es también un fenómeno relativamente nuevo, por lo que dicho larvicida parece un factor causal plausible de la microcefalia. Y el siguiente paso ya lo conocemos: la fabricación en tiempo record de una nueva vacuna contra el virus que tendrán que comprar los países afectados.
Quizás lo que habría que criticar a la OMS es el diferente rasero con el que trata cada crisis según los intereses que haya en juego. En este caso, casi sin evidencias, lanza una alarma mundial, mientras en otros, en los que existen evidencias abrumadoras, se comporta dilatoriamente. De hecho, a la asturiana María Neira, directora del Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS, le ha crecido la nariz desde que en Murcia afirmó hace unos meses que no existen evidencias de que haya relación entre radiaciones de telefonía y cáncer; y nos preguntamos cómo es posible hacer estas declaraciones, en nombre y representación de la Organización Mundial de la Salud, cuando la propia Agencia de Investigación del Cáncer perteneciente a dicho organismo clasificó en mayo de 2011 las radiofrecuencias como posible carcinógeno para las personas (grupo 2B) por amplia mayoría de sus miembros, después de ponderar decenas de publicaciones científicas.
La degradación ambiental está siendo un factor crucial en la propagación del zika, el aumento de los mosquitos en las zonas urbanas está causado por la proliferación de residuos y la falta de diversidad natural, que de otro modo mantendría bajo control sus poblaciones. Existen soluciones naturales: investigadores de la Universidad Complutense han planteado recientemente luchar contra el zika favoreciendo a las poblaciones de murciélagos. De esa forma se evitaría el arrastre de verdaderas riadas ‒ como las actuales, pero no de agua, sino de dinero público‒ hacia corporaciones turbias, con graves implicaciones sanitarias y ambientales.