Ayer me sobrecogieron unas imágenes de Gadafi vapuleado, ensangrentado y vivo aún, las pasaron hasta la saciedad por televisión (y las pasarán más, supongo)

Y siento decir que sentí pena, no por el sátrapa, dictador, asesino de su pueblo, sentí una pena inmensa por cómo podemos llevar hasta el límite ese ojo por ojo.

Sé que los que me leáis, la mayoría no estaréis de acuerdo conmigo.

Sé que atrocidades sin fin había cometido, sé todo lo que me digáis, pero si no digo esto reviento y no tengo ganas de reventar a estas alturas por nada.

Quiero pensar que no soy la única persona que se rebeló contra esas imágenes terribles porque entonces sería única en mi especie o tonta del culo (con perdón).

Siempre pensé que le cogerían y le juzgarían, y también pienso que él no juzgó antes a los que asesinó, contradicciones las mías en este post de hoy, pero escribo según me sale de ese corazón encogido que aún tengo porque también me he desayunado con ese reportaje.

Ayer pudo ser un gran día y seguro lo fue pero no del todo, al menos para mí.

El anuncio de Eta y la caída de un dictador, en medio de tanta crisis, tanta pobreza, de tanta mala leche, fue algo bueno pero empañado por esas cosas que tenemos los humanos, la venganza, el odio, la rabia, innato en todos nosotros y cuando, sale a r,elucir lo hace como una fiera que ha estado ahí enjaulada. Con toda justicia verdad verdadera, pero también con toda la vergüenza de una ejecución sumaria.

Llamaba ratas a su pueblo, supongo ha muerto como la rata que era él.

Pero dejarme esa sensación y las ganas de vomitar que aún tengo.

Gandhi tenía mucha razón, acabaremos ciegos.

Saludos blogueros,.