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Cari

El rincón de Cari

HOY LES DIRÉ ¡HOLA!

 

Como todos los años desde que murieron, ante una fría tumba de un mármol más frío aún, iré  al cementerio donde están mis suegros, queridos suegros, ellos se lo merecen aunque nada les importe ya.

No sé si fui una buena nuera, pero lo intenté, ellos aparte de intentarlo, lo lograron.

No me gusta ir por decreto cada uno de Noviembre a visitar un panteón, pero respeto que mi marido quiera ir a “ver” aunque no sea el día exacto, a los que hicieron posible que él esté aquí afortunadamente.

No hace mucho que se fueron, en la secuencia de tres años de uno a otro, poca distancia entre la vida y la muerte, entre estar juntos y separarse.

La paradoja es que en mi caso, no necesito ir a la tumba de mis padres, ellos fueron incinerados y arrojados donde fue su última voluntad, mis hermanos más de lo mismo, están allí en mi querido Norte donde también las aguas del Cantábrico me esperarán hasta que me llegue la hora.

No tengo cementerio para los míos, pero ni falta que me hace ni falta que les hacía a ellos, ni falta que me hará a mi.

Esto va en creencias, en “tradición”  nada ni mejor ni peor, opciones válidas las que escojamos.

Cuando veo esos ramos de flores a veces de plástico en las tumbas algo se me revuelve dentro.

Entiendo que las otras se marchitan, entiendo que es más práctico, pero pienso que esas flores todo el año no representan mucho para  quien lo fue todo para nosotros, bueno, elucubraciones mías supongo, porque no se pueden tener flores frescas cada día en un lugar donde se acude una o pocas veces más al año.

Alguien se afana unos días antes para limpiar el lugar, en los pueblos se miran unos a otros, para ver quien falta, quien no está en la cita de las citas. Hoy iré a un pueblo.

Tener una cita con los muertos tiene su cara hipócrita y su cara humana, no sé, ni quiero valorar la una o la otra.

Quiero pensar que de verdad vamos allí por lo que vamos, no por lo que digan las vecinas de panteón o tumba, no por el ramo más hermoso.

En mi caso, voy porque no hacerlo sería herir la sensibilidad de mi compañero de viaje, de mi hija que está aquí hoy y desea ir, y porque pienso que en vida les quise y no me importa nada demostrárselo un año más aunque prefería estar en otro lugar.

Por eso tengo claro que  el día que me tenga que ir, nadie  me adivinará a través de mármoles fríos donde el calor de nada existe ya. Los recuerdos no tienen termostato.

Saludos blogueros.

 

 

 

Estáis todos invitados, bienvenidos

Sobre el autor

Castellana que adora el norte y a quien la vida trajo a Valladolid. Desde aquí comparto mis vivencias con vosotros.


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