Precisamente porque no me gusta, odio contribuir a ello.
Odio hacer leña de sus restos.
Me gusta verlos erguidos hacía el cielo con raíces bien hondas en esa tierra que los alimenta.
Somos carroñeros a tope, cuando alguien cae parece que eso de ayudar a levantarlo es casi un misión imposible para nuestras conciencias. Ponemos la zancadilla para que caiga de nuevo cuando está a punto de levantarse.
Ayudamos a caer con nuestras opiniones, con nuestras falsedades, con esa difamación que ahí queda para ser abonada aún más por los demás, sin pensar en que todo se puede volver contra nosotros mismos.
Muchas personas son víctimas y proclives a que se les haga daño, pero no importa, hacemos comentarios malévolos, crueles, sin sonrojarnos por atacar al débil.
Pero no siempre esa debilidad es real, hacemos que se vuelva real con insidias vertidas en nombre de la envidia, de la sin razón. Personas muy fuertes han caído ante la destrucción masiva de la palabra, de la calumnia, de la mentira.
Y la soledad es la única compañía que parece quedarle al que ha sido abatido por la palabra, porque existen alimañas que no parecen tener otra que hacer, más que destruir todo lo que les rodea.
La verdad de los demás también existe, la gran mentira en ocasiones es la nuestra, por nuestros actos se nos reconoce.
Saludos blogueros.