Mira mi cara agotada, mis ojeras, mis ojos hinchados, escucha mis silencios, mis sueños rotos ahora que ya no están enteros ¿qué digo enteros? Ya no están, ya no hay sueños, sólo pesadillas.
Adivina mi miedo a tus celos, a tu prepotencia, a ese tu único proyecto, hacer daño.
Unas veces atándome a la silla del miedo, otras al temor por mis hijos, a la amenaza, a la humillación sea donde sea, cueste a quien le cueste y siempre, adivina a quién le cuesta y paga sin tarjeta.
Ese aliento en la nuca, ése móvil que controla, esa puerta que da miedo traspasar.
Mira esas gafas de sol puestas para despistar, que nadie sospeche, que nadie dude de lo bien que va todo, sólo faltaba. Los trapos sucios se lavan en casa, pero a veces hay sangre en ellos.
Esa sangre que no siempre es roja, a veces se convierte en salada e incolora, de lágrimas vertidas sin que nadie las vea, las intuya, la pueda enjugar.
Mira lo “valiente” que soy que no te denuncio, que no salgo corriendo, que sigo soportando lo insoportable ignorando que existe un número de teléfono, unas personas que podrían echarte por tierra y a mi subirme al cielo de mi autoestima.
Intenté en aquella ocasión ponerme en el lugar de las personas con Alzheimer.
Hoy he tratado de hacer lo mismo con tantas mujeres que padecen el mal de la humillación, del maltrato que puede llegar hasta la muerte si duermen con su mayor enemigo, al que han querido o quizá todavía quieren porque tienen la venda de la inseguridad o de los hijos, o del qué dirán, las vendas en algún momento deben caer, dejando paso a la luz y cerrando el paso al miedo.
Si algo he conseguido, si alguna mujer me lee en horas de libertad, me daré por satisfecha.
En nombre de ellas, de esas 54 mujeres ya muertas sin oportunidad, me he mojado y espero haber conseguido que alguien se empape con esa lluvia.
Sólo mírame.
Saludos bloguer@s.