Me ha llegado el otro día un e-mail que hablaba de lo que éramos antes y de lo que somos ahora.
ANTES: un niño que le pregunta a su padre quien creó el mundo, Dios, hijo mío, Dios.
AHORA: a la misma pregunta, mira en Google hijo, puede parecer exagerado pero a un poco que nos descuidemos…
ANTES: un cumpleaños, amigos, algún regalito, con la ilusión que hacen los regalitos.
AHORA: te felicitan en Faebbok o Twitter por ejemplo, y ya vamos despachados.
ANTES: Alguna vez creo que todos los padres hemos encerrado un ratito a los hijos en la habitación cuando se portaban mal, porque de angelitos a veces no tienen nada.
AHORA: ahora mismo eso no es un castigo para esas criaturitas de Dios, es un premio, tienen en su habitación todo lo necesario para pasárselo bomba la mayoría de ellos desde una edad muy temprana, Cómo no les encierres en la despensa…
ANTES: Para regalar algo a un niño en la comunión servía un libro, un marco de fotos, o alguna cosilla más o menos asumibles.
AHORA: Directamente dinero, y casi que mejor porque si preguntas lo que quieren te dejan temblando la cartera porque entre móvil, televisión, videojuegos, iPad, y demás artilugios electrónicos, piden por esa boquita que no veas, casi mejor en ocasiones no acudir al evento infantil, a no ser que sea algo ineludible.
Pero lo que más me ha sorprendido por real que suele ser ahora son las reuniones con los amigos.
ANTES: la la típica escena de unos amigos hablando animadamente, alrededor de una mesa.
AHORA: todos pendientes del móvil, incluso algunos lo plantan al lado del plato, como si fuera un comensal más, y la verdad casi que lo es.
No parece importar si la conversación es importante o no, si hay confidencias de por medio, si hace mucho no nos vemos o hablamos.
Y lo más gordo es que cuando se coge una llamada en ocasiones es para tener una fluida conversación, léase: chao, ok, nos vemos, y como mucho se mandan un beso, pero ya haciendo un exceso.
Y para esa conversación “tan extensa e importante” se interrumpe un diálogo entre amigos o familia a poco mucho más enriquecedor al menos a mi modo de ver.
Ya no digo nada de los tonos del teléfono, como suenen varios a la vez, para si quisiera el momento la Orquesta Sinfónica.
Si, cómo hemos cambiado es obvio que tiene que ser así, sólo que es una pena que cada vez menos hablamos de persona a persona, esa misión parece que se ha convertido en mandarnos unos cuantos e-mail entre nosotros, y resulta que cuando en realidad nos juntamos para socializarnos alguien busca desesperadamente en el fondo del bolso un sonido que cortará un más que posible momento de intimidad cada día más escasos.
Pero eso si, después de atender la llamada, alguien nos dirá: ¿qué me decías? Yo alguna vez he contestado, NADA.
Saludos blogueros.