Hoy día se habla mucho del estrés, de que vivimos sin relajarnos, de la competitividad, que es la más que posible culpable de ese sin vivir que nos traemos casi todos.

Nos levantamos cada día pensando lo mucho que tenemos que hacer, aunque no sea tanto, aunque nos sobren horas en el día, pero es como si necesitáramos estar continuamente ocupados.

¿Por qué tenemos que vivir con ese continuo estado de ansiedad? No tengo la respuesta.

Oímos a veces en la calle a personas que están deseando jubilarse pensando que ahí se acabó eso de subirse por las paredes cuando suena el despertador.

Pero no, cuando ese despertador enmudece viene la ansiedad de pensar que hacer con ese tiempo libre. Cuando antes tal parecía que las horas faltaban ahora se hacen eternas.

Esos planes que se han hecho para “el después” empiezan a caminar, pero, y ahí está la madre del cordero, sólo al principio. Poco a poco empieza una especie de abulia traicionera que se apodera y se instala sin haberla dado permiso, en esas personas que jamás pensaron les fuera a ocurrir.

Y poco a poco empieza una marcha atrás de todo eso que se empezó con el ímpetu y la ilusión del que ve una nueva oportunidad en esa otra parte de la vida.

Y llegan otras ansiedades, otros deseos, otro inconformismo, otras soledades.

Está claro que nada es perfecto, darse de tortas con todo lo que se menee cuando el mundo laboral es el que manda, y parece es el culpable de de esa desazón, luego ese tiempo vacío que no se sabe o no se quiere llenar, instalándose en ese dejar pasar la vida. La salud mental puede estar amenazada por esos demonios de la apatía pura y dura.

Aún se puede, aún se debe, aún sale el sol cada día, aún existe el amor, la familia, los amigos, quizá se espera que una varita mágica nos cambie sin esfuerzo, sin poner nada de nosotros mismos en ese nuevo caminar, sólo que deberíamos mirarlo con otros ojos.

Quizá sin la nostalgia de lo que fue, quizá con la ilusión de lo que será.

Saludos blogueros.