Ya no tienen prisa, están ahí, no hay más.
Nuestros seres queridos parece que esperan que llegue el día en que se les recuerde acudiendo al cementerio.
Nunca fui partidaria de esto, tampoco analizo ni para bien ni para mal a los que acuden o bien por tradición, o porque de alguna manera necesitan sentirse un poco más cerca de los que están ya bajo tierra.
A los que ya no están entre nosotros existen pocos días en que no les recordemos, o bien por un detalle, o por una fecha, o por una sensación.
Hay personas que cuando no pueden ir en este día señalado se sienten mal, quizá tenemos una distorsión sobre lo que es la muerte, sobre lo que es el deber, la obligación o la devoción.
Pocos días dejo de recordar a mi padre y a mis tres hermanos fallecidos en una secuencia trágica de cercanía, ellos tienen sus cenizas esparcidas no hay lápida donde poner flores, quizá esas flores están en mi recuerdo y en las muchas lágrimas que derramé.
Trágica es la muerte, trágico que nos dejen solos, que no les volvamos a ver y a abrazar, trágico e injusto cuando mueren jóvenes como mis hermanos.
Quizá por eso no echo de menos esa cita obligada el uno de Noviembre.
Quizá cuando los ojos ya se han secado de tanta lágrima derramada dejas paso a una frialdad ante un día determinado.
Seguro que hoy muchos no estaréis de acuerdo con mi pequeño artículo, pero creerme no está escrito desde la crítica a las personas que acuden a visitar a sus seres queridos, para nada, es sólo una pequeña reflexión desde mi experiencia particular.
Quizá escribir esto es mi manera de homenajear a los que ya nunca veré, ni abrazaré.
Saludos blogueros.