Mi gran amiga Celia me afeaba hoy en un e-mail lo abandonado que tengo este blog. Tan certera crítica ha sido la gota que ha colmado un vaso ya de por sí rebosante por los autorreproches de mi mala conciencia que durante días y semanas me animaba sin éxito a retomar esta humilde bitácora. En mi defensa diré que si me alejé de este mal llamado diario no fue por darle la espalda a esta nueva casa profesional que es para mí Internet, sino por la fascinación que me causa esa imparable era de la comunicación que han creado las redes sociales y, en concreto, Twitter. Creo que no soy la primera que empiezo un blog con mucha energía y que, con el tiempo, lo dejo de lado para emplearme a fondo en el mundo de los 140 caracteres. Tampoco creo que fuera la única que, al acceder a la red social del pajarito por primera vez, negara cual Judas la potencionalidad de los breves mensajitos. ¡Pero cómo un periodista no iba a ser feliz en un mundo virtual conformado por miles de titulares! Hasta hace unos meses, me bastaba con un boli y un cuaderno; ahora esta Twitter, y Facebook, y Menéame, y Picotea, y Nielsen… y el blog, claro. Y todo gira alrededor de la comunicación, de la información. Todo el mundo quiere estar ‘online’, participar y divirtirse (como decía aquella canción de los Tigres y leones). El pasado miércoles 29 de septiembre, mis compañeros de El Norte ‘tuitearon’ la jornada de huelga. Periodismo puro y duro, a través de una red social. ¿Quién lo diría?