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lmartinez

Cosas que pasan

Rebajas y crispación

La mala educación es una de las enfermedades de la sociedad actual más lamentable y preocupante. Hace unos años, el labriego más iletrado de cualquier pueblo era más amable y educado que muchos universitarios, empresarios, comerciantes (o cualquier otra profesión) de la actualidad. Y no me refiero solo a las formas, al pase usted delante, al ceder el asiento en el autobús a una persona mayor (qué también), sino sobre todo a esa actitud con la que muchos se enfrentan a las inevitables relaciones sociales del día a día. De esta galopante mala educación saben mucho los profesionales de la sanidad, los tenderos, los funcionarios de ventanilla, los camareros… Todo aquel que vive de poner su jeta frente al público. Y es que los españoles somos gente impaciente; queremos que nos atiendan los primeros… De no ser así, nos quejamos, voceamos, y hacemos gala de la larga lista de improperios útiles para masacrar verbalmente al prójimo. Tenemos la razón y haremos lo que sea por dejarlo lo más cla-ri-to po-si-ble.
El otro día me crucé con un ejemplar de estos; un iluminado de sapiencia y buenas maneras que hacía cola cuatro turnos antes que yo en una de las repletísimas cajas de Zara. Al inicio de las rebajas, la tienda rebosaba clientela por todos sus costados mientras los empleados corrían de un lado a otro intentando componer lo que los ávidos compradores desordenaban en la búsqueda del mejor precio. El llamémosle ‘cliente cabreado’ esperaba su turno con un triste niqui de niño en las manos. Cada poco, mostraba en voz alta su desesperación. “¡Qué vergüenza de tienda!”, “Podían prever esto”, “Esto no hay quien lo aguante”… Cada minuto que pasaba (y pasaron muchos) aumentaba la intensidad de su cabreo. Ya por teléfono (me imagino que con la necesidad de desahogarse con su señora) amenazó con “liarla bien liada”. Cuando le llegó el turno, pidió que avisaran a la supervisora, a la que puso a caer de un burro. “Llevo más de 45 minutos para pagar un puto niqui”, le espetó. Y mientras discutía con la empleada, todos los demás esperábamos, algunos haciéndole los coros.
Yo lo que no entiendo es que alguien proteste porque en los primeros días de rebajas hay gente en las tiendas, y colas ante las cajas, y haya que esperar más tiempo. Es lógico y normal y, a mi juicio, comprensible. Si quieres comprar barato en rebajas, es normal sufrir este tipo de incomodidades. Es intrínseco a la temporada. Y al que no le guste, que compre antes o después; es así de sencillo.
Aunque el comentario que más me gustó fue el de una señora que aseguró muy convencida “cómo se nota que lo único que quieres es hacer dinero”. Pues sí, señora. Normalmente, el objetivo de las empresas es ganar dinero, crecer y mejorar. Un fin muy lícito y respetado en otros países que, sin embargo, tiene muy mala fama en este. Una pena.


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