Cuenta el libro de Samuel que durante cuarenta días y cuarenta noches el ejército de los filisteos acampó frente al de los israelitas en Efes-Danim. Los ejércitos se estudiaban con miedo, porque sus fuerzas parecían equilibradas. Y uno de los filisteos, el enorme soldado Goliat, dio un paso al frente y desafió a voz en grito a los israelitas, pidiendo que le enviasen un campeón, un hombre capaz de hacerle frente.
Los israelitas se tragaron el miedo y la verguenza, porque los casi tres metros del gigante no hacían apetecible un combate con él. Y así aguantaron, con el sol quemándoles la espalda, hasta que un pequeño y humilde pastorcillo surgió de entre las filas de los soldados con los resultados de sobra conocidos-
Esta noche el Barcelona se juega ante el PSG el pase a la ronda de semifinales, con un resultado comprometido de 2-2 en la ida y los dados girando en el aire. Y este Barça tan temible y tan poderoso tiene miedo, porque Goliat está en la tienda con un dolor en el bíceps femoral de la pierna derecha. Mala cosa esta.
Es llamativo cómo sobre este equipo que lo ha ganado todo -presumiblemente el mejor conjunto de la historia con permiso del Madrid de DiStefano, el Liverpool de Paisley o el Santos de Pelé- sobrevuelan las dudas cada vez que Messi no está sobre el campo. Espadas y escudos tiene de sobra el equipo culé, y el 2-2 es un resultado aceptable para lograr su sexta clasificación consecutiva para unas semifinales de Liga de Campeones. Sobre el campo estarán Iniesta y Xavi, que conque se dediquen a pasearse el balón entre ellos podrían tener a Verratti y a Pastore corriendo detrás del esférico los noventa minutos. Y sin embargo, hay miedo.
Lo mismo pasa en la Casa Blanca, donde cada vez que hay problemas -lo vimos ayer frente al Galatasaray- surge la figura enorme y ultraterrena de Cristiano, que ya lleva 50 goles en Champions y en su particular batalla con Messi promete romper todos los récords conocidos.
Cabe preguntarse qué pasará por la cabeza de Fabregas o Villa ante una noche como esta, viendo que todas las miradas se vuelven a la enfermería, que todas las voces preguntan: ¿Estará Messi? En público dirán otra cosa, claro. Pero a solas pensarán que también tienen dos piernas, y no pequeñas. Son piernas que han ganado un Mundial, algo que Messi no parece que vaya a conseguir nunca. Déjenme medio centímetro para meter la pierna ante Sirigu y verán, imaginará Pedro. Una falta al borde del área, soñará Xavi.
Esta noche, Messi jugará. Aunque lo haga infiltrado, con muleta o en silla de ruedas. Más que nada porque el Barça se juega todo lo que le queda por jugarse hoy. No queda nada por lo que reservar a Goliat. Pero tampoco pasaría nada si no lo hiciese, incluso sería más hermoso si se quedase en el banquillo y el Barça golease al PSG. Los filisteos lo encomendaron todo a su gigante, y un chaval con una piedra pequeña lo tiró al suelo, porque los gigantes también caen.
Cuando uno deposita tanta fe, confianza y expectativas en un par de piernas se olvida de las otras veinte que hay en el campo vistiendo los mismos colores. Pocas guerras hubiese ganado Goliat él solo, pocos gritos hubiese dado sin un ejército detrás. Y tal vez si los filisteos no se hubiesen quedado mirando a su campeón muerto, la historia se hubiese escrito de otra forma.
Cuenta el libro de Samuel que durante cuarenta días y cuarenta noches el ejército de los filisteos acampó frente al de los israelitas en Efes-Danim. Los ejércitos se estudiaban con miedo, porque sus fuerzas parecían equilibradas. Y uno de los filisteos, el enorme soldado Goliat, dio un paso al frente y desafió a voz en grito a los israelitas, pidiendo que le enviasen un campeón, un hombre capaz de hacerle frente.
Los israelitas se tragaron el miedo y la verguenza, porque los casi tres metros del gigante no hacían apetecible un combate con él. Y así aguantaron, con el sol quemándoles la espalda, hasta que un pequeño y humilde pastorcillo surgió de entre las filas de los soldados con los resultados de sobra conocidos-
Esta noche el Barcelona se juega ante el PSG el pase a la ronda de semifinales, con un resultado comprometido de 2-2 en la ida y los dados girando en el aire. Y este Barça tan temible y tan poderoso tiene miedo, porque Goliat está en la tienda con un dolor en el bíceps femoral de la pierna derecha. Mala cosa esta.
Es llamativo cómo sobre este equipo que lo ha ganado todo -presumiblemente el mejor conjunto de la historia con permiso del Madrid de DiStefano, el Liverpool de Paisley o el Santos de Pelé- sobrevuelan las dudas cada vez que Messi no está sobre el campo. Espadas y escudos tiene de sobra el equipo culé, y el 2-2 es un resultado aceptable para lograr su sexta clasificación consecutiva para unas semifinales de Liga de Campeones. Sobre el campo estarán Iniesta y Xavi, que conque se dediquen a pasearse el balón entre ellos podrían tener a Verratti y a Pastore corriendo detrás del esférico los noventa minutos. Y sin embargo, hay miedo.
Lo mismo pasa en la Casa Blanca, donde cada vez que hay problemas -lo vimos ayer frente al Galatasaray- surge la figura enorme y ultraterrena de Cristiano, que ya lleva 50 goles en Champions y en su particular batalla con Messi promete romper todos los récords conocidos.
Cabe preguntarse qué pasará por la cabeza de Fabregas o Villa ante una noche como esta, viendo que todas las miradas se vuelven a la enfermería, que todas las voces preguntan: ¿Estará Messi? En público dirán otra cosa, claro. Pero a solas pensarán que también tienen dos piernas, y no pequeñas. Son piernas que han ganado un Mundial, algo que Messi no parece que vaya a conseguir nunca. Déjenme medio centímetro para meter la pierna ante Sirigu y verán, imaginará Pedro. Una falta al borde del área, soñará Xavi.
Esta noche, Messi jugará. Aunque lo haga infiltrado, con muleta o en silla de ruedas. Más que nada porque el Barça se juega todo lo que le queda por jugarse hoy. No queda nada por lo que reservar a Goliat. Pero tampoco pasaría nada si no lo hiciese, incluso sería más hermoso si se quedase en el banquillo y el Barça golease al PSG. Los filisteos lo encomendaron todo a su gigante, y un chaval con una piedra pequeña lo tiró al suelo, porque los gigantes también caen.
Cuando uno deposita tanta fe, confianza y expectativas en un par de piernas se olvida de las otras veinte que hay en el campo vistiendo los mismos colores. Pocas guerras hubiese ganado Goliat él solo, pocos gritos hubiese dado sin un ejército detrás. Y tal vez si los filisteos no se hubiesen quedado mirando a su campeón muerto, la historia se hubiese escrito de otra forma.